27.9.10

ME DEJE CHUPAR LA POLLA ENVUELTA



Un poema de Javier Gato

en una aséptica y estúpida capa
de látex aromatizado.
Por suerte, sus dientes grises y deformes,
fosa común profanada,
y su lengua gruesa y fétida fueron esquivados
por mis labios, contraídos
en una mueca de repugnancia.
Cayó la camisa aprisionada
por unos pantalones subidos hasta el sobaco,
dejando ver
unas tetas peludas que le colgaban hasta la cintura.
Su inmensa barriga asfixiaba un pequeño miembro
rezumante de miseria y ancianidad.
El examen oral se me dio tan bien
que entre mis piernas se resbaló pronto
la recompensa por los servicios prestados.
A la salida de aquel despacho
me sentí orgulloso de repartir voluptuosidad
entre criaturas avernales
y compartí con todos los sociatas esa idea tan rara
de que el trabajo dignifica.

SNUFF MOVIE


Fragmento extraído de la novela
Chaperos de Dennis Cooper

Creo que yo he visto el vídeo del que habláis. Me lo pusieron en una fiesta la semana pasada. Creedme, no querríais ver lo que yo vi. Estuve una hora vomitando hasta la primera papilla. Me va el sadomaso, pero aquello era inhumano y nauseabundo. El colega que me lo puso dijo que la víctima era Stevie Sexed, y lo parecía. Había dos tíos cargándoselo. Ambos llevaban puestas capuchas de cuero, así que no puedo aclararos si uno de ellos era Coney. Uno de ellos aparentaba cuarenta y tantos y tenía un águila en una de las nalgas. El otro tío aparentaba veinte muchos, estaba muy bien dotado. Había al menos una tercera persona a la que se veía manejando la cámara. La víctima parecí muy drogada y no era consciente de lo que estaba sucediendo. Le golpeaban y le hacían barbaridades durísimas hasta que la sangre de la víctima manchaba a los dos tíos. Entonces lo ataron de piernas y brazos a la cama y le más joven de los dos tíos le cortó los genitales mientras el mayor le quemaba la cara con un soplete. Y luego empezaron a machacarle la cabeza y el pecho con bates metálicos de béisbol. Ahí es cuando ya no aguanté más y vomité y me fui de la habitación, Se me revuelve el estómago y cuando me acuerdo, así que para aquí.

HUYE EL AMOR


Traducción del catalán
de un poema de Manuel Forcano

Huye el amor como una serpiente que escapa de la cesta
mientras el flautista duerme.
Sólo estábamos tú y yo
y mal armados para luchar contra el desamor:
el adiós se anticipaba
como dos que se bañan en un pantano que se vacía,
compuertas abiertas, y se adivina al fondo
un limo que se ha fragmentado todo.

El sexo roto de una estatua,
el desamor.

ULTIMAS CARICIAS


Fragmento extraído de la novela
Amor duro de Gudbergur Bergsson

Amar a otra persona, hombre o mujer es un deseo de encontrarse a sí mismo en él o en ella. Eso lo sabe todo hijo de vecino. Ahora me mira desconfiado con la cabeza gacha, pero es evidente que desea aprender de mis palabras en la medida en que las entiende, y yo continúo con suficiente desvergüenza para poder arrepentirme después y ofrecerle una excusa. ¿Te gusta que te acaricie? Sí, responde en voz baja sorbiendo la vocal, y jadea levemente en su reposo. Cuando lo rodeo con mis brazos, él empieza a apagarse y yo lo compadezco porque no le acaricia nadie más que yo. Ahora entorna los ojos y dejo de sentir compasión por él, tampoco la encuentro yo en nadie; ni siquiera en él. ¿Dónde te gusta más? Le pregunto yo. No lo sé, susurra, y tiene dificultades para hablar y aspira hondo. Entonces lo aprieto más fuerte entre mis brazos para que descubra lo que él no sabe que es su propia realidad, en ese lugar donde me acurruco para que me diga que nunca se separará de mí y susurro a mi vez: ¿Dónde? A uno le dan tan poco de esto en su casa, dice de mala gana, y me aparta bruscamente con un gesto de rencor. Cuando se ha puesto en pie bruscamente deja caer la cabeza y se siente avergonzado y se dirige a la puerta sin despedirse. Probablemente lo despertó de su sopor el recordar que su mujer no le daba aquello, y pienso con burla pero también con amargura, por no haber conseguido retenerlo más tiempo. “El perro lame la mano del que le golpea”


ADEVERTENCIA


Un poema de August Von Platen

¿Encuentras tan segur ala senda por la que andas,
que quieres nuevamente, tierno joven,
inconsciente a la cusa del peligro
ver el rostro que un día te dio muerte?

¿De tan firmes cimientos crees tu alma,
que imaginas poder ver con prudencia
la luz profunda, oscura, intencionada,
de las estrellas de sus ojos negros?

¡No, deja a las heridas que s cierren,
procura la abstinencia y la carencia,
y aun de ti mismo, corazón, oculta
la gran riqueza del amor que alientas!

20.9.10


FRUTOS DE LA CONSTANCIA

Fragmento extraído de la novela Burdel
de Pedro Gandía Buleo


Ayer por la tarde, sobre las tres, volvió a salirme al paso. Por la avenida de las palmeras, como una aparición llameante. El chico hace honor a Mukalla, canastillo de dátiles, con sus muros rojos como la sangre y el fuego, la ciudad de brasa. Pero no soportaba que lo tocara roo y volví a decirle que no, que estaba cansado. Tú siempre estás cansado dice y me cierra el paso Ya nos veremos otro día. No hay otro día. Mañana me vuelvo a Mukalla. Vamos ahora. No te estoy pidiendo dinero, ya me lo dite el otro día. Vamos. No, Quiero hacer la siesta solo. Por favor, por favor. No me lo puedo despegar. Al pisar la recepción, echó escaleras arriba. El recepcionista me pregunta con un gesto. le digo que no hay problemas. Abro la puerta, ya está registrando el armario. He de arrancarlo de allí, y ahora está en la esa palpando las bolsas. Me frota la entrepierna. Pero la cámara de fotos, que está sobre la sobre la silla, más allá desvía su deseo. Se la cuelga al cuello, se mira en el espejo del armario. Hazme fotos desnudo, dice. Se baja los tejanos mugrientos, luego el bañador verde, después los sucios calzoncillos blancos. Tres veces a punto de estampar el objetivo contra el suelo. Me acerco a él, le acaricio la nuca para tranquilizarlo mientras recupero la cámara. Las fotos, luego, le digo bajándole la mano hasta las nalgas. Él se agarra la polla como si fuera una manguera, junto al espejo. Una foto así, por favor, dice, sin dejar de mirarse. Le tiento con los dedos el ojete; siento que se le eriza la piel Me dice: hay que domarlo por ahí. Nos morreamos. Le muerdo las tetillas. Es otro de sus puntos. Lo llevo lentamente a la cama; se sienta y lo termino de desnudar. Se deja caer de espaldas. Le doy, con suavidad, la vuelta, y le abro las nalgas. Un chorro de saliva la va directo al ojete. Se gira bruscamente hacia mí. He de buscar una salida a la velocidad del rayo. Makein muskil, no es problema, le digo. Pero levanta las piernas, muy risueño, apoya los pies sobre mis hombros. Dice: así es mejor. Fóllame, fóllame. Se la meto, le mordisqueo un pezón hasta que saboreo su sangre. Le gusta. Se pone cascársela. Estoy apunto de correrme, cuando su esperma le sale disparada a mi cara.

UN POEMA DE MUHAMMAD AL NAWADJI

Extraído del libro
La pradera de las gacelas


Me gustaban los afectuosos propósitos
de sus párpados; y entonces apareció
el bozo por encima del rosa de sus mejillas,
lleno de frescor.

Mi corazón al instante me susurró esto:
Deja el lenguaje de los párpados y detente menor
en el collar de su barba, pues aviniéndolo
estudiado lo celebrarás y vale la pena.

JUGAR CON FUEGO


Fragmento extraído de la novela
El padre de Frankenstein
de Christopher Bram


Ahora Whale quiere ver al muchacho simplemente porque María se opone. Sin embargo, le parece que quiere algo más de Boone. ¿Qué? Treinta años antes la respuesta habría sido de lo más sencillo: llevárselo a la cama. Antes del ataque, la respuesta habría sido igual de sencilla: verlo desnudo. Y ese deseo, la suave violencia de despojar a un hombre de sus ropas debe ocultarse en algún lugar de la atracción que siente por él. El jardinero es un desafío mayor que la mariquita de Kay, mucho más fácil de desnudar, pero el desafío es parte del atractivo. Whale consigue ver a Boone con más nitidez en el ojo fracturado de su mente: dos puños como dos mazas, esa mirada de animal mudo. Parece un ser irracional, peligroso, el clásico asesino americano. Sí, Boone le da miedo, pero es excitante que otro ser humano nos dé miedo, un miedo más agudo y más real que el agotador miedo a perder la cabeza, a la memoria incontinente y a los dolores imaginarios. Necesita jugar con fuego. Quiere regalarse los ojos con una pantera, aunque sólos sea para salir de sí mismo unas horas. Y si la fiera se lo come, bueno… que a uno se lo coman vivo es más emocionante que ser consumido poco a poco por sus propios cortocircuitos. Es una idea descabellada, ridícula. Un marine podría perder los estribos y darle una trompada. ¿Qué placer hay en ello? ¿Por qué ha de ser tan tentador y hasta excitante?

EL ESTUDIANTE DE PAMPLONA


Un poema de Javier Gato

Bajo el agua
nos enjabonamos el uno al otro
mientras nos besamos como alimañas.
En un momento dado,
una vez retirado el jabón,
planto una de mis rodillas en el suelo de la ducha
y me dedico a aplicar un segundo lavado
a la preciosa herramienta
del estudiante de Pamplona,
tan larga como lo es él.
Al futuro arquitecto se le escapa algún que otro
gemido de placer
y se agarra fuertemente a mi nuca y uno de mis brazos,
que acaricia todo su cuerpo.
La lujuria espolea a mi amante hasta herirlo
de ansiedad,
y sin ser capaz de esperar más
me lleva volando hasta el dormitorio.
Allí continuamos jugando entre las sábanas
con su llave maestra,
Me penetra a la manera de los animales,
desde atrás,
como las bestias que somos.
Acelera
y retarda el ritmo,
haciéndome gritar y jadear
alternativamente
para excitarse mejor
con sonidos tan obscenos.
Finalmente,
una vez abierta del todo la puerta a los placeres,
saca su llave maestra y se deja arrastrar
violentamente por el torrente de sensaciones
que ha dejado escapar, las cuales saltan a chorros
sobre mis nalgas,
que quedan totalmente bañadas
de una espesa y deliciosa crema.
Treinta segundos después yo también exploto,
salpicándome todo el pecho
y el abdomen con mi propio elixir.
Salto hacia la ducha feliz y satisfecho,
cubierto de semen por todos lados,
enajenado como una bacante
y enviciado como Mesalina
escapando de palacio
y bajando a los más sucios prostíbulos de Roma.
Una vez duchado y vestido,
el estudiante de Pamplona
me acompaña cortésmente
hasta el lugar donde me recogió y,
despidiéndonos fríamente,
nos damos mutuamente la espalda
para no volver a vernos probablemente jamás.
El futuro arquitecto se marcha calle arriba,
seguido de una ráfaga de viento
y de un séquito de hojas otoñales,
en dirección hacia el olvido.

EXCELENTE GUSTO


Fragmento extraído de la novela
El edificio Yacubian de Alaa Al aswani



Los homosexuales acostumbran a destacar en las profesiones que comportan el trato con la gente, como son las relaciones públicas, el oficio de actor, de negociantes, de abogado. Parece que su éxito en este ámbito se debe al haberse librado de esta vergüenza que hace perder a los otros la oportunidad de éxito. Por otra parte, la vida de los homosexuales, llena de experiencias humanas y nada comunes, los permite entender mejor la naturaleza de las personas y los hace capaces de poder influir en ellas. También destacan en los oficios que exigen buen gusto e imaginación, como la decoración y el diseño de moda. Es sabido que los diseñadores de moda más famosos son homosexuales: probablemente su doble sexualidad les permite diseñar ropa femenina excitando para lo hombres y al revés. Los que conocen a Hatim Raichid pueden tener sobre él ideas o conceptos diferentes, pero todos tendrán que admitir su gusto delicado y original don que tiene a la hora de elegir los colores y la ropa. Incluso su dormitorio, como sus amantes. Hatim se aleja del vulgar modelo femenino que adoptan muchos homosexuales. No se maquilla, no se viste con camisas de dormir de mujer ni tampoco lleva pechos postizos. Más bien se esfuerza con toques de experto en hacer resaltar su belleza afeminada. Se viste con chilabas transparente, bordadas de colores bonitos, y se afeita completamente la barba. Se marca las cejas hasta un límite adecuado y calculado, se punta ligeramente los ojo y se peina hacia atrás sus cabellos suaves o se deja caer mechones desordenados sobre la frente. Intenta así conseguir siempre el modelo del bello joven de la antigüedad.

Es también con este mismo gusto delicado que ha comprado ropa para su amigo Abdah: pantalones estrechos que muestran la fuerza de sus músculos, camisas, camisetas de colores claros para iluminar su rostro oscuro, con cuellos siempre abiertos para destacar sus músculos y el pecho poblado de vello. Hatim es generoso con Abdah. Le daba mucho dinero, que él enviaba a su familia. Consiguió también para él una recomendación, que le comportaba una mejora en el trato. Muchas veces gozaba de permisos y se los pasaba todos con Hatim. Eran como dos novios en la luna de miel. Se despertaban al medio día y gozaban de la pereza y de no tener nada que hacer; comían en los mejores restaurantes, iban al cine y salían de compras. Avanzada la noche, se metían en la cama y una vez satisfechos sus cuerpos se acostaban abrazados en la tenue luz de una lámpara. A veces charlaban hasta la madrugada. Hatim no olvidaba nunca aquellos momentos tiernos. Una vez saciada su sed de amor, se aferraba al cuerpo de Abdah como un niño espantado, acariciaba su piel dura y oscura con la nariz como un gato, y le hablaba de su infancia, de su padre, de su madre francesa y de su primer amante, Idris. Lo más sorprendente era que Abdah, a pesar de ser joven e ignorante, entendía las emociones de Hatim y comenzaba a aceptar mejor su relación. El rechazo inicial desapareció y en su lugar surgió una pasión deliciosa y pecaminosa. También entraba la fortuna, el bienestar, la ropa nueva, la comida de calidad y los lugares de lujo, donde Abdah jamás hubiera soñado entrar. De noche cuando volvía acompañado de Hatim, le gustaba pasar por el lado de los soldados de la Seguridad Central y saludarlos de lejos con su aspecto elegante, como si quisiera demostrarse que durante un tiempo se había convertido en diferente de estos pobres miserables, parados absurdamente largas hora de sol y lluvia…

13.9.10

HECHIZO


Un poema de Pedro Gandía

Desleal a los dioses de todos tus poemas
por estos bellos ídolos con temporizador
sus cuerpos se suceden
como olas en la arena
y como olas se rompen contra tu corazón.

No te forjes ensueños en mundos desvelados
retírate y acepta el juego de no ser…

NOSTALGIA DE TI


Fragmento extraído y traducido del catalán
de la novela Estimat Enric, Estimat Alfons
de Monserrat Cornet


En el hospital he conocido a dos chicos que fueron castigados por ser pillados in fraganti. Los dos fueron apaleados cruelmente. A pesar de ello, curtidos por el sol, eran hermosos. Recibí tu carta y de ella intuyo que no tienes aquel equilibrio y aquella serenidad que yo deseaba para ti. Tu letra está llena de inquietudes y vacilaciones. Cuando yo huía hacia el África, me imaginé en algunos momentos que yo era Antinoo, el joven esclavo del emperador Adriano. ¿No conoces la historia? decía que Antinoo era el amante de Adriano y que se ahogó en el Nilo para salvar a su Señor. Adriano le consagró una ciudad y lo elevó a la categoría de divinidad. ¿No lo encuentras romántico? Los que no lo entienden dicen que nos une el sexo. Amar es algo más serio. Está claro que es fundir dos cuerpos en uno solo pero también es gozar con el goce del otro, sufrir con la pena del otro, compartir un paseo con las manos enlazadas, encontrarse bien juntos. Desde la prisión de Reading, Oscar Wilde escribe a su amigo Alfred: “Recuerdo la calle y el río por donde paseábamos: el muro, y la arboleda que nos rodeaba” Eso es amar. Cómo deseo estar contigo. Te veo tan bajando por Paseo de gracia hasta la Gran vía donde nos encontrábamos. ¡Qué felices que éramos entonces! ¿Lo podremos a volver a ser? ¿Volveré a ver aquella querida Barcelona? ¿Saldré algún día de este zafarrancho donde he ido a caer?


MEA CULPA



Un poema de J. Ricart


Sobreviví a la noche a mi manera
con historias de breves argumentos,
con cuerpos de borrón y cuanta nueva,
con caricias de puta agradecida.
Abracé al desconocido en la sombra
como si fuera un tronco a la deriva.
Hice el amor en sitios impensables.
lavabos, coches, parques, etcétera.
Recurrí al sexo rápido de urgencia
a últimas horas de la madrugada.
Si lo hice, fue necesidad, no vicio,
aunque todos opinen lo contrario.
Yo me confieso, hermanos: mea culpa.
No soy un santo, soy de carne y hueso
y un ochenta por ciento de agua sucia.
Imponedme un castigo en penitencia.

INCIDENTE EN MARRAQUECH



Fragmento extraído de la novela
El ejército de salvación de Abdalá Taia


Hacía calor. Demasiado calor. Me habían comentado que en verano esta ciudad era un verdadero horno: ¡Y era muy cierto! Pero eso no me molestaba en absoluto. Estaba con Jean. Todo iba bien entre nosotros. Después de Rabat, la compenetración parecía real. El amor físico contribuía bastante, por mucho que no fuera lo esencial, al menos para mí. Yo no me resistía, estaba encantado de tener un hombre para mí, que se interesaba por mí, que por un tiempo me hacía salir de mi entorno popular; un hombre occidental, culto, de algún modo, el hombre soñado. Sí todo iba bien. Se lo conté todo. Mis sueños, mis secretos. Mi familia. Mis lecturas. Mis carencias. Mis películas. Le hablé largo y tendido de París, que desde siempre me resultaba fascinante y donde soñaba con vivir un día. le confesé sin vergüenza mi deseo de ser cada vez más un intelectual, d ser capaz de ve el mundo como un intelectual, como él. Él siempre estaba feliz de escucharme, de descubrirme cada día un poco más. Una noche en que Jean y yo paseábamos por las tranquilas calles del barrio chic de l’Hivernage, antes de regresar al hotel. De pronto, dos policías – que sin embargo, tenían aspecto de buena gente- nos dieron el alto. Se dirigieron a mí en árabe, muy violentamente, con desprecio:” ¿Qué haces tú con este hombre? ¿Por qué lo molestas? ¿Es que no sabes que en este país está prohibido molestar a los turistas, pedazo de…? ¿Tu amiguito? ¿Tú dónde te crees que estás? ¿En Estado Unidos? Esto es Marruecos, pobre imbécil… pedazo de gilipollas. ¿Cuánto te paga? Enséñame los papeles…y que sea rápido. Jean no entendía nada. Se dirigió a ellos en francés diciendo que yo era su alumno en Rabat y que estábamos juntos en Marraquech. Me ordenaron decirle que lo que hacían era por su seguridad, para protegerlo, para que su estancia fuera agradable, para que se sintiera satisfecho con nosotros. Los marroquíes, para que fuera feliz y volviera a visitarnos, a ver nuestro bello país. Menos mal que vienes de Salé. “Si hubieras sido marrakchí, te habríamos empapelado en el acto… Ahora, largo, y que no te volvamos a ver por estos pagos. Ya estás avisado. Hala, fuera de aquí.” Los dos policías, en el momento de subir a su coche, gritaron desde el otro extremo de la calle: “No olvides hacerte pagar bien… ¡Y después lávate bien el culo, maricón de mierda!”


PLAYA DE EPISKOSPI


Traducción del catalán
de un poema de Manuel Forcano



El tiempo te enseña bastante
a olvidar el mar si eres un barco:
es una dársena donde unas manos invisibles
te desguazan pieza a pieza.

De aquella última tarde, ya sólo recuerdo
que salimos abrazados del agua.
Náufragos de piel fría.
También un niño que lloraba por el castillo de arena
deshecho por las olas.

6.9.10

UNA MALA PASADA



Fragmento extraído de la novela
De incógnito de Matthew Rettenmund

En el interior del bar hacía muchísimo calor, abarrotado como estaba de cuerpos sudoroso, y reinaba el clásico aroma gaya, ese extraño olor que siempre me recuerda a Drakar Noir. No me resultó difícil encontrar a un tipo dispuesto. Nunca lo es. Los hombres no son exigentes, no se pasan horas decidiendo qué plato de la carta van a pedir, ni tampoco se calientan mucho la cabeza- precisamente- en el momento de decidir con qué cuerpo practicarán el sexo esa noche: saben que da lo mismo. Tenía una expresión muy tierna, el cabello oscuro y los ojos castaños con un toque de encanto bisoño. Llevaba la gorra e béisbol hacia delante con la visera cuidadosamente enrollada imitando un estilo que había visto en los chicos que desfilaban por la Octava Avenida ese mes. Siguiendo las corrientes de la moda, también llevaba una cazadora y unos elegantes pantalones de chándal, negros con rayas blancas dobles a los lados. Seguramente se le había ocurrido calzarse las zapatillas de deporte en el último momento. me repasó de arriba abajo y dejé que percibiera mi interés. Estuvimos charlando un rato sobre las escenas de porno duro que emitían en la pantalla que había encima de la barra, intercambiamos un toqueteo y decidimos enrollarnos tras una negociación asombrosamente limpia. ¿Vives cerca de aquí? /¿Quieres venir a mi casa?/ Vale, genial / Sí, genial/ caminamos las dos manzanas que nos separaban de su coqueto estudio, situado en un edifico con portero. Charlamos un poco más y luego entramos en materia, cuando él me bajó los vaqueros de repente caí en la cuenta, como si me acabaran de inocular alguna sustancia, de que ni siquiera me había duchado ese día: eso demuestra con cuánta ligereza me tomaba los rollos de una noche en aquella época. No era importante, sólo era un acto reflejo, como un pasatiempo. Empezó a chuparme la polla, pero entonces se retiró hacia atrás y me la miró con gesto perplejo. En ese momento supe que eso era todo. Empecé a mortificarme con la idea de que olía mal, lo bastante para haber asfixiado a aquel chico de Chelsea tan caliente, tan disponible, que se había tomado la molestia de alquilar un picadero a dos pasos de un bar de ligue al que ibas a tiro fijo. Empecé a sudar a mares, lo cual no debió de contribuir a mejora mi olor corporal, fingí un dolor de cabeza y me largué de allí.

OJALA FUERA AMARTE



Un poema de August Von Platen

Ojalá fuera amarte mi único trabajo:
que la naturaleza me creó adorador y a ti te hizo mi ídolo.
El creador desplegó los mundos, como alfombra,
para el sagrado rito de inclinarnos a ti.
atravesaste, al alba de la creación, los cielos aun desiertos
y surgieron del casco de tu caballo las estrellas.
El amor es sin límites, sin final su alabanza:
se doblega a lo bello bien creó la belleza.
Sólo por el amor de tu buen nombre permanezco alejado,
porque nadie lo asocie con mi pésima fama.

FOTOS ARTISTICAS


Fragmento extraído de la novela
La historia particular de un chico
de Edmund White

Una tarde, mientras los otros chicos habían ido a dar una vuelta en canoa, mi monitor me enseñó unas “fotos artísticas” que había hecho él, en todas las cuales había un joven desnudo en una playa desierta. El barracón estaba tranquilo, la luz era débil, porque se filtraba entre los pinos y los ventanales ajustados; la manta del señor Stone me acariciaba las piernas mientras yo iba pasando aquellas fotos grandes y brillantes. Nunca en mi vida había visto un adulto desnudo, me quedé tan fascinado por las imágenes que el barracón se desvaneció y reencontré delante de aquel modelo en aquella blanca arena e inmaculada. No podía apartar los ojos de aquella escena morena, de los estrechos, modelados, intrincados y blancas caderas, mientras el modelo se alejaba ce mí en dirección a un horizonte negro y tempestuoso a través de una franja completamente iluminadas por el sol. ¿Dónde estaba aquella playa y quién era aquel hombre? me lo preguntaba como si lo hubiera de encontrar en aquel mismo momento, como si fuera el único hombres desnudo en el mundo y yo tuviera que ir enseguida para no volver a sentir aquella presión en el diafragma, la sensación de hundirme, aquellas señales de vergüenza y alegría que insistía por reprimir por miedo de que el señor Stone retrocediera de mi delate del terror de darse que mi reacción no tenía nada que ver con el arte. ¿Era anormal la fascinación que sentía por el modelo? El señor Stone se me acercó a la cama y me preguntó qué opinaba de las fotografías artísticas. Le notaba la respiración en la espalda y la mano en la rodilla. Un estremecimiento de placer me atravesó el cuerpo. Estaba espantado. Me levanté, me fui hacia la puerta y me agaché para rascarme una picadura de un tábano que tenía en el tobillo con aire de despreocupación…

UN EPIGRAMA DE ANTONIO BECARELLI




Posees para ti solo, Léntulo, dineros y libros
para ti solo muchachos, antos par ati solo.
Para ti solo inteligencia, solo corazón y amigos para
ti solo. Todo en exclusiva lo posees salvo una cosa.
Solo el ojo de tu culo, Léntulo, no es tuyo sólo.
Mucha es la gente, mariquita Léntulo, que también lo tiene.

ABUSOS DESHONESTOS


Fragmento extraído de la novela
Los ángeles caídos de Eric Jourdan

Gerard estaba leyendo, hizo un gesto, vago sin levantarse. Philippe se acercó un poco más y se echó con todo su peso encima de él. Mi primo se debatió, pero entonces aparecieron los demás, le ataron de pies y manos, le taparon la boca con un esparadrapo, entre dos llevaron a su víctima hasta el palomar y cerraron la puerta con doble llave. Le desataron los tobillos para que pudiera tenerse en pie; le arrancaron el esparadrapo y entonces uno de ellos se dedicó a prepararle para el suplicio, desabrochándole la camisa, y haciéndola resbalar hasta los puños; luego la emprendió con los vaqueros, tocando sin querer, el sexo de Gerard y haciéndolo estremecer, después de haberlo bajado la cremallera y de que el chico le hubiera rozado los calzoncillos, mi primo, con las dos manos atadas, le golpeó en pleno rostro, lo que dio lugar a una pelea; Gerard, indefenso, les escupió a la cara. Ellos, furiosos, le pegaron con su propio cinturón y luego, tanto porque era atractivo como porque se rebelaba, le golpearon en las piernas, los muslos la espalda, los brazos y las nalgas. Gerard se sintió mareado ¿Era consciente del grupo que se había convocado y cuyo objetivo era abusar de él? Aquellos muchachos, excitados por los golpes, tenían previsto utilizarle comos i fiera una chica, uno tras otro. En el suelo, Gerard dejó de moverse después de haber recibido un golpe en la nuca que lo aturdió. Los chicos le quitaron los vaqueros, impacientes; aparecieron los pesados muslos, bronceados por el verano, y el ambiente se hizo más pesado a su alrededor, hasta el punto que, para gozar más a sus anchas, todos se quitaron las camisas que ocultaban su nalgas. Gerard estaba a sus pies, con el vientre contra el suelo. Le contemplaron durante un instante y luego el primero de ellos posó la boca sobre su nuca…

1.9.10

EN LOS VESTUARIOS


Fragmento extraído de la novela
La estrella de la guarda de Alan Hollinghurst

Ya había casi terminado cuando oí un grito y vi a dos chavales entrar a todo correr, chapoteando en el pediluvio; uno moreno y agradablemente curvilíneo, y el otro flaco, con el pelo rubio y recogido en un moñete, como una chica. Se echaron dentro de sus duchas respectivas, resbalando hasta quedar sentados en el suelo apoyados en la pared, resollando y riendo. Me despojé sin dudar de la toalla, volví adentro, desenrosqué el tapón de la botella de champú y me dispuse a lavarme otra vez la cabeza. No les había visto desde mi primera noche en el bar. Eran aquel chulito que estaba tan bueno y su amiguito, o amante, que ahora se desataba el moño y dejaba deslizar su melena sobre los hombros sacudiendo la cabeza como si fuera la mismísima Jane Byron en persona. Y esto dio un punto atractivo a sus ostro de ojos hundidos y todavía afeado por el acné en la frente y las mejillas. El morenito, que no era obeso, pero que quizás no estaría nunca delgado, tenía una morbidez de lo más vulgar, pero atractiva sexualmente. Yo posaba de vez en cuando la mirada sobre la carota cuadrada de labios muy llenos, como los de un chapero romano, y sobre los mórbidos pelillos negros del labio superior, y los pocos que le habían salido en el pecho de grandes pezones que descendían hasta los cordones de su bañador, cordones que oscilaban y se ladeaban tropezando en la protuberancia de la polla, atrapada de través en la brevedad del tejido rojo. Y, sin embargo, era su escuchimizado amiguito el que me devolvía el sentido de aquellos meses perdidos en el descubrimiento de mí mismo, de mi primera conciencia de los derechos de mi sexo. El moreno sería siempre atractivo, incluso cuando se consumiese aquel momento de gloria en la mediana edad, y quien sabe, quizás en matrimonio y en sus infidelidades: pero el rubio, que no era ni siquiera rubio, sino que tenía el pelo de un color indeterminado que sólo tomaba cuerpo cuando se mojaba, me parecía uno de tantos, iluminados por su amor propio, por su fe en sí mismo. Aquellos dos ni se duchaban ni se desnudaban, limitándose a dar vueltas por allí, riendo. Tras unos diez minutos, su desenvuelta invasión de aquel lugar me comenzó a aburrir, y después de todos aquellos lavatorios minuciosos me sentía como esas víctimas de un trágico sentimiento de culpabilidad, que tienen que frotarse y frotarse hasta arrancarse la piel a tirar. Por fin, el rubio se precipitó dentro de los vestuarios, sin que yo comprendiera sus últimas palabras. Llevaba unos bermudas largos que le llegaban a las rodillas. Su amigo hizo una mueca en señal de asentimiento, como diciendo ahora voy, pero se quedó donde estaba, El corazón se me puso a cien…

PASION POR UNA SOMBRA


Un poema de Pedro Gandía

Y pudo aquella sombra
haber sido tu vida
encontrarla y perderla
todo fue al mismo tiempo
ni el espejo ni el lecho
reflejaron su forma
ahora el eco de un verso
que nunca recomienza
cada noche soñarla
como un amanecer
soñarla cada día
como un edén perdido
y sus besos volviendo
sin fin a tus labios.

QUIERO QUE ME ZURRES


Fragmento extraído de la novela
Sígueme de Cristóbal Ramírez


De un puñetazo en la cara me precipitó contra la pared donde mi cráneo se estrelló con un chasquido seco y caí al suelo mareado. Enseguida me empezó a sangrar la nariz. La polla se me empezó a enderezar. El rostro de bruno, de facciones rocosas de semblante pétreo y sesgado, se mostraba decidido a encontrar y castigar un culpable. Y ese era yo. Bruno era el vio retrato de la violencia descontrolada, ya no como promesa, sino como realidad. Necesitaba descargar toda la adrenalina que había acumulado los últimos días. Y la iba a descargar por fin. Me levanté tambaleante, la mirada un poco nublada, para solicitar más palos ¿por qué no? Me cogió de la pechera y me pegó de nuevo en la cara, varios puñetazos expansivos, relativamente apáticos. Los primeros golpes eran parecidos a una danza de apertura, caricias infalibles que me calentaban enseguida. Volví a caer. El rostro me ardía. Me había partido el labio y un hilillo de sangre, de sabor dulzón y cálido, se me colaba en la boca. Me levante con dificultad y me planté frente a él esperando el siguiente golpe. Esta vez fue en la boca del estómago. Un golpe seco, limpio, que me cortó el resuello y me dobló en dos. Los puñetazos de Bruno eran siempre así, inmediatos y contundentes, acerados. Bruno sabía pegar. No me permitió que me tirase al suelo. Me apresó con una mano del cuello y con la otra de la cintura de los pantalones y me dobló sobre mí, para que soportase el dolor y la ausencia de aire en mis pulmones. Desde luego, no iba a acabar conmigo tan pronto. Sin duda iba a ser una sesión larga. Me enderecé pero no lo vi, no veía a Bruno. Podría haberme marchado, pero no se había marchado. Todavía no estaba satisfecho. Descansó se alejado un par de pasos y encendió un cigarrillo, Lo fumaba tranquilo, paseando por la casa, asomándose por la terraza. Me llegaba tenue el olor a tabaco quemado, que añadía al ambiente una densidad opresiva que se sumaba a mi dificultad para respirar.


HAY CONDILOMAS

Un poema de Javier Gato

Hay condilomas que me pertenecen más que cualquier otra glándula. No los crié yo, los pillé por ahí, no sé, me los hincaron, los contraje. Y como furúnculos, fístulas, hemorroides, llevo años con ellos dentro.


LA CAIDA DE JIM CAMERON




Fragmento extraído de la novela
El sol de la decadencia
de Luís Antonio de Villena


Me acuerdo de Jim Cameron. Un chico inglés en parís y en Niza. Hombres y mujeres – pero más hombres- se encaprichaban de él porque tenía una belleza tan perfecta como fría, una cálida mezcla. A él le gustaba sentirse adorado, y su reinado se prometía eterno porque parecía más joven, siempre claramente más joven de lo que era. El muchacho delicado con ciertos rasgos de vicio. Uno de los cánones del morbo. La seducción turbia y joven, y el tono casi violeta en las ojeras. Un príncipe ruso le regaló joyas y pieles. Y decían que un marqués español había puesto una gran finca a su nombre. No todo sería verdad. Pero en buena medida sí que lo era. Jim era alto y delgado, y aunque no esté bien dotado, parecía dominar el arte inversa, entre otras… Es cierto, pudo ser millonario. Pero se enamoró de los verdaderos rufianes que abusaron de él, y le indujeron a dosis cada vez mayores de opio y éter. Al final era un ser terrible, blasfemaba de todo y la gente le rehuía. Por supuesto, ya no había clientes. Rondaba los antros peores y se protegía en el lumpen, rotos los dientes, mucho peor que un Apolo manco. Quebrado en todos los sentidos. Pero la fotografía que guardo de él, posando como Narciso, es tan maravillosa y mórbida, entreabiertos los labios, mojados, abismáticos, como si el enamorado de sí llorara de emoción extraña y sublime… No quedó nada. Nada en absoluto.

CARLOS EL SOLDFA


CARLOS EL SOLDADO

Un poema de J. Ricart


Los fines de semana lo recojo
en el cuartel y se viene a mi casa.
Se tumba sobre la cama y se deja…
Sólo me tiene prohibido su boca.
A veces me remuerde la conciencia
por corromper a un ángel tan hermoso.
¡Ay! puede más la carne. Lo confieso:
mi debilidad son los uniformes.
Carlos “il mio dolce joveneto”
el mes pasado cumplió dieciocho.
No entiende, creo incluso tiene novia,
una lástima, quizás algún día…
De sobra sé que no me quiere, pero
somos felices a nuestra manera;
aunque sea dos días de permiso:
yo con sus bíceps, él con tres talegos.