Fragmento extraído de la novela
Amor duro de Gudbergur Bergsson
Amar a otra persona, hombre o mujer es un deseo de encontrarse a sí mismo en él o en ella. Eso lo sabe todo hijo de vecino. Ahora me mira desconfiado con la cabeza gacha, pero es evidente que desea aprender de mis palabras en la medida en que las entiende, y yo continúo con suficiente desvergüenza para poder arrepentirme después y ofrecerle una excusa. ¿Te gusta que te acaricie? Sí, responde en voz baja sorbiendo la vocal, y jadea levemente en su reposo. Cuando lo rodeo con mis brazos, él empieza a apagarse y yo lo compadezco porque no le acaricia nadie más que yo. Ahora entorna los ojos y dejo de sentir compasión por él, tampoco la encuentro yo en nadie; ni siquiera en él. ¿Dónde te gusta más? Le pregunto yo. No lo sé, susurra, y tiene dificultades para hablar y aspira hondo. Entonces lo aprieto más fuerte entre mis brazos para que descubra lo que él no sabe que es su propia realidad, en ese lugar donde me acurruco para que me diga que nunca se separará de mí y susurro a mi vez: ¿Dónde? A uno le dan tan poco de esto en su casa, dice de mala gana, y me aparta bruscamente con un gesto de rencor. Cuando se ha puesto en pie bruscamente deja caer la cabeza y se siente avergonzado y se dirige a la puerta sin despedirse. Probablemente lo despertó de su sopor el recordar que su mujer no le daba aquello, y pienso con burla pero también con amargura, por no haber conseguido retenerlo más tiempo. “El perro lame la mano del que le golpea”
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