26.1.14

EL SEÑOR BEATTIE




Fragmento extraído de la novela
La historia particular de un chico
de Edmund White


Estaba colocadísimo. Ponía una sonrisa desenfocada e inamovible. Comenzó a explicarme una larga historia que yo fui incapaz de seguir, alguna cosa que le habían dicho alguna vez en un lugar, pero después se dio cuenta que nos estábamos desviado hacia la cabina insonorizada. No encendió la luz. Tan sólo iluminaba las oscuridades  un reflejo que se introducía por la ventana, pasando a través de las ráfagas de nieve Puso un disco. Se sentó en  la butaca, encendió otro cigarrillo de marihuana y lanzó el humo hacia el techo. Cuando me ofreció una calada, esbocé una sonrisa esperando que él la interpretara como un gesto de simpatía e hice que no con la cabeza. Al cabo de un momento, estaba de rodillas en el suelo, a su lado. Le abrí la bragueta y le saqué un gran pene en erección. Un momento, me dijo lo haremos mejor se descordó el cinturón y se bajó los pantalones hasta las rodillas. No me había equivocado: tenía unas piernas musculosas. Me cogió la mano derecha y la acompañó hasta los testículos, en su envoltorio flujo y colgante. Comprendí que los tenía que hacer girar. Podría jurar que no experimenté el más mínimo deseo. Hice mi trabajo, hice ver que estaba excitado. Pero no me escandalicé cuando el señor Beattie me pidió que le lamiera la roja y brillante punta, que pasara la lengua por toda la polla. Había olvidado que para él aquel acto no era tan puramente simbólico como para mí. Recordé que él consideraba que todo aquello era placer, de lamisca manera que herodes observaba la danza de Salomé.



GEORG TOMEONI




Un poema de Denis Cooper


Yo iba a octavo grado
cuando él estaba en séptimo.
Se compró un disco de Dylan
el mismo día que yo y quiso dormir conmigo
( lo llamaba chingar) así que probamos.
Su aliento olía a hamburguesas
y le lamí los dientes cuando me besó.
me cogía de la muñeca
serio como un doctor.
Era moreno e italiano, de pelo largo,
impulsivo. Le gustaban
los chicos altos y delgados, como él.
Yo iba a ser el primero
de un millón de amantes, me dijo.
Recuerdo cómo nos situábamos
el uno junto al otro,
y la veloz cadencia de nuestra respiración,
unas veces constante
y otras fuera de sí
como la de dos hombres que hacen una carrera.
Recuerdo cuando dijo que me amaba
y que se lo agradecí;
que no pudimos corrernos
(éramos, creo demasiado jóvenes)
y nos aburrimos de hacerlo
al despuntar el sol, dándonos la espalda;
que fumamos, llenando la habitación
de una tenue humareda y olor a comida.
Que dormimos en aquella noche tan triste

tan cálida.

UN PEQUEÑO REGALO




Fragmento traducido del catalán
de El cuaderno rojo, de autor anónimo


Mira que la gente es guarra. Después de pasar la bayeta he cogido el mocho para limpiar los baños. Y alucina.¿A qué no sabes lo que lo que me he encontrado? ¿Compresas? No ¿Tampones? Ya estoy acostumbrado. Unos gayumbos. Te lo juro. La vasca va por ahí en pelota picada y con el frío que hace.  Unos tipo bóxer azules y algún payo se los había dejado en la cisterna del váter y allí se quedaron. Lo he recogido con dos dedos para tirarlo a la basura, pero no he podido evitar la tentación de olisquearlos. Joder. Ha sido un flipe. Olían a macho incluso he encontrado algún pelo por ahí suelto. Por la delantera del paquete, había como una manchita de esas, ya me entiendes. Me he puesto cardíaco. He cerrado la puerta del servicio. Me he sentado sobre la taza  del retrete y me he hecho un pajote de esos que hacen historia. Me he imaginado que eran del reponedor de cocacolas. Eso sí que es un tío, aunque esté ya en los cuarenta y no las nenazas universitarias que me entran...

DE LA MUDANZA DEL AMOR Y SU AÑORANZA




Un poema de Manuel Francisco Reina

Igual que dos arcángeles luchando,
en vuelo los dos cuerpos se gozaron;
con paz y con la guerra se entregaron
e hicieron de su lucha miel quemando.

Libada en mil estrellas que brillando
no igualan el fulgor que dos lograron.
En pugna, sí, hiriéndose se amaron
como dos chiquillos, burla burlando.

Mas fuego tan profundo deja herida
de alas enzarzadas y añoranza
de tiempo tan felino y lecho tierno.

Que nada sabe a nada ya en mi vida,
y tanto paraíso en su mudanza

heló en mi corazón, se hizo infierno.

19.1.14

¿PROBLEMA? ¿QUÉ PROBLEMA?





Fragmento extraído de la novela Escrito en el agua
de Pedro Menchén

Recuerdo que antes de hablar le pregunté al profesor Lafuente si no le molestaba que apagáramos la luz. Él la apagó sin hacer ningún comentario y se sentó de nuevo en el sofá, dispuesto a escucharme sin más preámbulos. No obstante, yo permanecí un rato más en silencio. Luego dije:
            –Pues verá, yo... yo soy homosexual y no me gusta serlo.
            Le expliqué, un tanto atorado, que quería vencer esa tendencia, de la que me avergonzaba mucho, pero que no sabía cómo hacerlo. Él era un hombre inteligente y sensible. Me había dado cuenta de ello nada más verle y estaba seguro de que podría ayudarme a resolver el problema.
            –¿Problema? ¿Qué problema? –preguntó.
            Suspiré con desaliento. Pensé que no me había comprendido.
            –Es que no quiero ser así –dije.
            –¡La explotación de los trabajadores, eso sí que es un problema! ¡El sindicato vertical, el partido único, el Concordato, la Dictadura, eso sí que es un problema! ¡La falta de libertad de expresión, de reunión, de asociación...! ¡Eso sí que es un problema!
            Yo estaba cada vez más desconcertado. ¿Cómo es que el profesor Lafuente no hacía aspavientos, no gesticulaba, no suspiraba con incomodidad después de oír mi declaración? ¿Cómo es que no corría a abrir la puerta de la sala o algo así? Yo me consideraba a mí mismo un monstruo y esperaba que todo el mundo me viera como un monstruo. Pero no, el profesor Lafuente, al parecer, no me veía como un monstruo. Me veía como una persona normal y corriente. ¡Ni siquiera creía que yo tuviera ningún problema! Me hablaba con la misma naturalidad con que hablaba de economía o de la revolución del proletariado en una reunión clandestina de jóvenes antifranquistas.
            –Pero... –protesté–, yo quiero cambiar. ¿Cómo voy a...?
            –¡Eso es una tontería! ¿Por qué habrías de cambiar?
            –Pero ¿cómo voy a vivir así? No puedo...
            –¡No tienes por qué sentir vergüenza de ti mismo! ¡Debes aceptarte tal como eres!
            –Sí, pero...
            –No debes inhibirte. No debes culparte por eso –insistió–. Si te gusta un chico, míralo. No te reprimas. Además, la tendencia sexual es algo que no se puede cambiar. Debes superar esos complejos y vivir tu sexualidad. No hay ningún mal en ello. Se cometen tantos crímenes económicos que la Iglesia tolera...
            ¡Aquel hombre era admirable! Con unas pocas palabras me convenció de que debía aceptar mi homosexualidad y me exhortó incluso a sentirme orgulloso de ella. Es el único cura católico que he conocido en mi vida que no le haya concedido ningún significado pecaminoso al sexo. Estaba convencido de que el verdadero crimen, el único mal quizá en el mundo, era la injusticia económica, o sea: el sistema capitalista.
            Le di las gracias por sus consejos y salí a la calle. Tenía que volver a casa, pero antes me apetecía dar un paseo, así que caminé por la Gran Vía en dirección a Callao y desde allí continué por Sol hasta la plaza de Jacinto Benavente, donde debía tomar un autobús para Usera. Me sentía eufórico. Tragaba aire a bocanadas y no me saciaba. Vi que venían hacia mí dos chicos y los miré sin inhibiciones. Se dieron cuenta de que era gay, pero siguieron andando y no pasó nada. Tuve ganas de reír porque no me gustaban. No, claro que no. No todos los chicos me gustaban. Si era libre para mirar, también podía serlo para elegir. De pronto me parecieron tan estúpidos mis miedos y complejos, tan ridículas mis obsesiones con el pecado. Seguí caminando, tragando aire a bocanadas. Miraba todo lo que había a mi alrededor como si lo viera por primera vez: las fachadas de los edificios, las enormes carteleras de los cines, los anuncios luminosos, la gente dentro de las cafeterías o caminando por las aceras, los coches, los guardias de tráfico, los semáforos... miraba, en fin, el espectáculo de la vida en la gran ciudad y me decía a mí mismo con entusiasmo: “¡Estoy en Madrid, estoy en Madrid!” (Por fin parecía darme cuenta de ello). “¡Esta es mi ciudad, la ciudad en la que siempre quise vivir!” Caminaba cada vez más deprisa. “¡Ya no me avergüenzo de nada!”, pensé agitando los brazos. “¡Ya no tengo miedo de nada!” Comencé a reír a carcajadas. Cualquiera que me hubiera visto, habría pensado que estaba loco, pero no me importaba. “¡Soy una persona, no un monstruo o un enfermo!”, estuve a punto de gritar. “¡Soy una persona, joder, alguien como tú o como aquél!”, dije en medio de la multitud, sin importarme ya que me oyeran, mientras cruzaba un semáforo. “¡Soy libre, libre!” Di un puñetazo al aire. Saltaba. Gesticulaba. Reía. ¡La vida era maravillosa!



HOY JUSTO HACE UN AÑO


Poema traducido del catalán
de Vicente Aledón

Hoy justo hace un año
que apareciste
con tus pantalones tejanos,
azules,
marcando el punto exacto
el volumen preciso,
justo para mover la imaginación
hasta el límite de la inocencia.

Con aquella chaqueta negra
no recuerdo muy bien si de piel
o sintética,
ancha de hombros,
ajustada de cintura
y eso sí, brillante
como los cabellos
negros y engominados.

Con el aire aquel
ligeramente turbio.
¡Ah! Y las zapatillas,
plateadas y pequeñas,
como si te fueras a elevar.
todo tú,
entre su sonrisa inocente
y tu tentadora mirada.




JUEGO DE ESPEJOS




Fragmento extraído del libro
La soledad de pararrayos  de J. Ricart



Apoltronado en una de las butacas de la biblioteca, ojeaba un ejemplar en edición facsímil  del  Cajón de sastre del Barón de Maldá, un dietario en catalán de lo más singular a la par que pintoresco, donde se describen fiestas, procesiones, cotilleos de corte y anécdotas varias. Selecciono la ocurrida el 15 de junio de 1796 “En el huerto del Carmen había aquel muchacho que suele estar siempre – por haberlo criado la hortelana, llamado Josep Antón Comes, que me ha saludado por el nombre, yo entreteniéndome con él, por ser  muy cariñosito, tocándole su carita y sus manos; jugaba por allí con otros chavales subiéndose a una carreta y columpiándose sólo por jugar con sus tiernos bracitos. En algunas acciones, alargando el brazo en aquella maniobra de la carreta se le veía un poco el puño de la camisa y un poco unos botones de plata redondos, entre planos y embutidos: moviéndome a aficionar más y principalmente qué cariñosito me ha parecido. (…) confieso que me he aficionado a él, después de haberle hablado, teniendo genio yo de conocer y aficionarme a jovencitos, si tienen buena índole, de doce a diecisiete años, que muchos aún son inocentes y dotados de candidez en las costumbres, que es lo que a uno le gusta (…)  Mientras fisgoneo por sus páginas, compruebo que un estudiante ha ocupado la butaca de enfrente. Intento disimular mi curiosidad, finjo sumergirme una vez más en la lectura. Se ha sentado de lado con las piernas por encima de los brazos de la butaca. Tras encontrar una posición confortable, juguetea distraído con los pies. Parece nervioso. Calza unas zapatillas bastante  sucias y desgastadas con unos calcetines grises con ostentosa marca. Siguiendo un movimiento ascendente sus pantorrillas se asoman por el pantalón corto deportivo. Afortunadamente hace caso omiso a la moda depilatoria. Entre las manos sujeta unos folios garabateados con números y fórmulas en colores fosforitos. Sus dedos son largos y finos, casi delicados. Compruebo que acostumbra a morderse las uñas. De vez en cuando bosteza sin importarle el decoro. Otras veces arrastra su mano por la mejilla para rascarse el mentón y su barbita de tres o cuatro días. Apenas levanta los ojos de sus apuntes. Mecánicamente zigzajean los surcos del papel uno tras otro. En un momento de extremo aburrimiento contrae los antebrazos, ensancha los pulmones, toma aire y ladea hacia atrás la cabeza. Se despereza igual que un forzudo con los brazos en alto. Desentumece así los músculos, dejando dos grietas entreabiertas en su camiseta. Una, la de abajo nos regala el nudo arremolinado de su ombligo. La otra, más arriba, la oscura timidez de sus axilas…


ADOLESCENTE CASI




Un poema de Juan Bernier


La sociedad le castigó con calabozo,
con cárceles de rejas, con forzados trabajos.
la sociedad y el juez, y el policía
y el cristo, arriba, presidiendo,
gestos severos y folios numerados.
Adolescente casi, tocó la piel,
la carne de su amigo. Tocó su dedo
su erecto pulpo de carne, sus secreto sentir.
Tocar un dedo, acariciarlo…
¡Oh qué hambre vino, qué calabozo
de esperma y tinta! Y en el secreto.
Un sadismo de togas masturbadas.

Un delicioso disfrute de ajenos extravíos.

15.12.13

EL AMOR DE ERIK




Fragmento extraído de la novela
Pao-Pao de Vittorio Tondelli


Nadie me besará como el gran dios Eric, ni Lele, ni el Sonrisas, no los otros, nadie lo hará de esa manera tan cálida y mojada y empapada y perfumada, nadie me chupará en las orejas como Eric, el más guapo, el mejor. Y nadie me hará sufrir tanto cuando nos dejemos y todavía yo me preguntaré a mí mismo si de verdad amaba a mi Eric, si era todo para él como decía o sien cambio no ha sido nada más que una historia improvisada y nada programada, una de tantas historias que siempre, cada día nos prometemos que nos tienen que pasar otra vez más y donde sólo el pensamiento ya basta para aquella noche, cada noche, a la búsqueda de unos brazos, mintiéndonos a nosotros mismos, porque el amor es un don de los dioses no se mueve con las alas de viento, siempre fugitivo y siempre perseguido; el amor no está nunca allí donde lo buscamos y huye del lugar donde nosotros creemos que está. Y hete aquí porque del amor y de los dioses tenemos que aprender a pasar sin ellos.

Mientras estoy completamente arrebatado por las horas pasadas al lado de mi Eric; no he dormido en toda la noche, estoy demasiado conmovido aunque he hecho el amor de una manera chula y relajante; no quiero dejar los dedos de Eric, a los cuales me siento entrelazado, noto que me deshace en el sueño, que mi presa se relaja y tengo miedo, así pues me quedo despierto, no quiero precipitarme en mí, quiero estar aquí, entre las piernas de mi Eric, espiarlo en el sueño, atarme a su piel y a su cuerpo que deseo y que finalmente he descubierto, los brazos de Eric, las piernas de Eric, su nuca, los dientes, la lengua, los dedos grandes del pie, el culo de Eric, la polla de Eric… y cuando ahora ya es de día basta el más mínimo desplazamiento de su cuerpo hacia el mío para sentir nuevamente el deseo y  el ansia de recorrer y cabalgar, desde los ojos a las mano, al sexo, y hacer el amor adormecido y semiconsciente, nos revolcamos en la cama, nos abrazamos y él me dice te quiero a mi boca y le digo que yo también lo deseo

 EL AMOR DE ERIK

OH TU TACTO




Un poema de Agustín Gómez Arcos


Oh tu tacto.
Tu tacto debe ser
un misterio, o un signo
zodiacal. Cáncer, que significa
voluntad de querer.

Sólo tu  tacto. Abrir
la flor inusitada
de mi piel a tu tacto.
o tocarme, en tu tacto.
Si acaso conociera
la palabra imposible
para calificarlo…

Mira, tu tacto es
esa ausencia que siento
de pronto, cuando duermo.
o mejor, la constancia
de buscarte. O tal vez
¡cuánto dudar, ahora!
ese relampagueo
de dolor, cuando a solas
inicio tu presagio
(Ese árbol verde, tan
impunemente alzado
me oculta la distancia)

Oh, la revelación:
tu tacto es mi buscar.
Puedo jurarlo.




EMPALAMIENTO






Fragmento extraído de la novela
Pompas fúnebres de Jean Genet

Por uno de los pequeños intersticios que había entre cada botón de la bragueta, pasé la punta del índice. Eric no llevaba ni slip ni calzoncillos. Lo primero que noté con el dedo fue el vello. Seguí adelante y noté la verga tan dura como si fuera de madera, pero viva. Aquel contacto me extasió- En el éxtasis hay también miedo frente a la divinidad o sus ángeles. La cola que estaba tocando con el dedo no era sólo de mi amante sino de un guerrero, del más brutal de los guerreros, del más formidable de los guerreros, del señor de le guerra, del demonio, del ángel exterminador. Estaba cometiendo un sacrilegio y era consciente de ello. Aquella cola también era el arma del ángel, su dardo. Formaba parte de esos terribles artilugios que lo pertrechaban, era su arma secreta, la V1 tras la cual descansa el Fürher, el tesoro último y el primero de los alemanes, la fuente del oro rubio. La cola quemaba, quise acariciarla pero no tenía el dedo lo no se había movido. Para fingir que dormía, volvió a respirar con regularidad. Inmóvil en el centro de una lucidez perfecta dejaba que el chavalillo hiciera lo que quisiera, y le divertía su juego. Retiré el dedo y conseguí, con mucha habilidad, desabrochar dos botones. Esta vez metí toda la mano, y con la misma delicadeza, aferré a la polla. Su tamaño me emocionó. La oprimí y Eric, no sé en qué, reconoció que la oprimía con ternura. Nos e movió. Al fin, al tranquilizarme la inmovilidad de Eric por completo, se la meneé suavemente, él, sin duda, estaba pensando en aquella cabeza de muchacha que remataba el cuerpo sólido y delicado, cargado sobre la ciudad aterradora, con una túnica de balas. Se entretenía reconstruyendo su rostro. Se le había concedido la mayor felicidad, ya que era el propio chaval quien respondía espontáneamente a su secreta llamada y acudía a dejarse empalar.



EN EL DIVAN




Un poema de Juan Cobos


En el diván tendido, al final de la tarde, vivo
sobre su frente, hasta sus ojos huyo y por el pecho
derramar dejo un bálsamo que desde alto
crece para su piel, dorado. Un poco de dolor
aún hace más perfecta la entrega.

(De la nostalgia
de la idea infinita vagamos a la desolación
de la obra acabada y somos - ¿ Cómo llegas?-
ya la melancolía de un bosque de baobabs)

Un poco de dolor para su frente dormida que me piensa,
un poco de dolor al respirado pecho que me late,
y el dolor a sus ojos que se abren bajo el único mío

y rapidísimos, pues el diván entra en la noche, ya se ciegan.

30.9.13

HASTA EL FONDO


 


Fragmento extraído de la novela

La estrella de la guarda de Alan Hollinghurst

 
Me lo follé sobre la butaca: plegado sobre sí, con los pies contra los hombros. Sentía la necesidad de mirarle a la cara y de leer lo que le estaba haciendo en sus muecas de dolor y en sus gritos sofocados, en su enrojecer violentamente cuando le metí la polla hasta los huevo, en la mezcla inmediata de agradecimiento y repulsión. Había usado todo el lubricante que Cherif había dejado en el tarro, pero vi resbalar lágrimas por las comisuras de sus ojos, y su labio superior se erizó en una contorsión de angustia o de estimulada agresividad. Levantó una mano temblorosa, la apoyó contra mi pecho para pararme o para pedirme más. Yo estaba aloco de amor. y consciente, sólo en parte, mientras se instauraba la cadencia regular de la penetración, de un sordo deseo de herirle, le miraba mientras recibía su castigo, su merecido por todo lo que me había hecho pasar, las cuentas pendientes, las vejaciones de tantas semanas. Vi el placer estirarse dentro de él, inesperada, se le puso la polla tiesa otra vez, la boca se le aflojó, pero le hice todavía encogerse con pequeñas arremetidas hasta el fondo. Yo estaba subido en la butaca, follándomelo  como un soldado que hace flexiones, diez, veinte, cincuenta… le oía difusamente protestar, como si no estuviera seguro e querer quejarse, delgado en dos, sin fuerza, sin aliento, no había más que el metisaca lubricado y flexible de mi polla en su culo, que descorchaba unos pedos sonoros como el brindis de un banquete de bodas. Tenía el pecho y la cara bañados en sudor: salpicaba como un pugilista, el pelo empapado me caía de frente y se me metía por los ojos. Y ya casi estaba acabando. Me puse de pie, salí de él por un momento, y le volví agarrándole de las piernas. Su ojete relucía y se contraía y se la metí de un golpe y la dejé allí con dulzura, apenas moviéndola dentro de aquel limbo tembloroso que precede al final. Tuve la sensación profunda y luminosa de que aquél era el momento más hermoso de mi vida. le acaricié el anverso de los muslos, me agaché para lamer y respirar el leve olor a goma de su pies, le arrebaté la polla de la mano, y  se la meneé lentamente. Sus huevos se contrajeron. Dijo: No no y se me echó encima mientras un renglón de esperma me tachaba la cara y el pelo, una vez y otra vez. Y fui yo el que cayó: emití un gemido de dolor por el regusto amargo, mientras deseaba con toda mi alma la bendición de su mirada, aunque sus ojos estaban extrañamente velado, palpitantes e incoloros…

 

 

 

LLEGAS ESCURRIDIZO


 


Un poema de Agustín Calvo


Llegas, escurridizo como un glande untado, mientras me adiestro en el mecenazgo de airear las sábanas en el balcón. Al instante siento tu mano en mi pescuezo y me dejo deshacer sin haber podido limpiar bajo la cama, sin haber podido inflar las almohadas, sin haber podido colocar una colcha a contratiempo. No dejo que me muerdas, apenas me empujas y caigo de frente, me aplasto sobre el colchón desnudo. Tu mano aún tarda entre mis piernas abiertas. Deseo que nunca más te afeites.

ANGEL GUARDIAN



Fragmento extraído del diario

Retrato de un artista en 1956

de Jaime Gil de Biedma

 


Subí tambaleante la pasarela y ala entrada el Steward me devolvió el pasaporte con un impreso de customs clearance para Hong Kong. Precedido por el mismo steward entré tropezando en mi cabina cubierta y me senté a cumplimentar laboriosamente aquel impreso, él siempre a mi lado standing at attention. El calor allí dentro era sofocante y en medio del trabajo quise aflojarme la corbata. Entonces, oh entonces, mi silencioso ángel guardián deshizo delicadamente el nudo, botón a botón me desabrochó la camisa hasta la cintura y me aligeró de la chaqueta con tanta destreza que apenas necesité interrumpirme. Puse a toda prisa la firma en el papel, me levanté y esperé. No mucho rato. Pasó a desnudarme minuciosamente, engujándome el sudor del cuerpo con una toalla y cuando ya daba yo muestras visibles de excitación, me tendió sobre la litera y empezó a masturbarme. Era impersonal y eficaz. Tantas y gentiles atenciones a un borracho muy naturalmente me movieron a corresponder, so I unzipped his fly and rewarded him with a thoroughly well done blow job. Tuvo  un orgasmo imperturbable, se ajustó la bragueta apenas descompuesta, me preguntó si deseaba u whisky. Volvió al minuto, me lo dejó bien a mano sobre la mesilla, me arropó, era por completo innecesario, y se marchó sin decir más palabra, apagando la luz.

 

Entró la noche, y del olvido en brazos

caí cual piedra en su profundo seno.