Fragmento extraído de la novela
La historia particular de un
chico
de Edmund White
Estaba colocadísimo. Ponía una
sonrisa desenfocada e inamovible. Comenzó a explicarme una larga historia que
yo fui incapaz de seguir, alguna cosa que le habían dicho alguna vez en un
lugar, pero después se dio cuenta que nos estábamos desviado hacia la cabina
insonorizada. No encendió la luz. Tan sólo iluminaba las oscuridades un reflejo que se introducía por la ventana,
pasando a través de las ráfagas de nieve Puso un disco. Se sentó en la butaca, encendió otro cigarrillo de marihuana
y lanzó el humo hacia el techo. Cuando me ofreció una calada, esbocé una
sonrisa esperando que él la interpretara como un gesto de simpatía e hice que
no con la cabeza. Al cabo de un momento, estaba de rodillas en el suelo, a su
lado. Le abrí la bragueta y le saqué un gran pene en erección. Un momento, me
dijo lo haremos mejor se descordó el cinturón y se bajó los pantalones hasta
las rodillas. No me había equivocado: tenía unas piernas musculosas. Me cogió
la mano derecha y la acompañó hasta los testículos, en su envoltorio flujo y
colgante. Comprendí que los tenía que hacer girar. Podría jurar que no
experimenté el más mínimo deseo. Hice mi trabajo, hice ver que estaba excitado.
Pero no me escandalicé cuando el señor Beattie me pidió que le lamiera la roja
y brillante punta, que pasara la lengua por toda la polla. Había olvidado que
para él aquel acto no era tan puramente simbólico como para mí. Recordé que él
consideraba que todo aquello era placer, de lamisca manera que herodes
observaba la danza de Salomé.
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