1.9.10

LA CAIDA DE JIM CAMERON




Fragmento extraído de la novela
El sol de la decadencia
de Luís Antonio de Villena


Me acuerdo de Jim Cameron. Un chico inglés en parís y en Niza. Hombres y mujeres – pero más hombres- se encaprichaban de él porque tenía una belleza tan perfecta como fría, una cálida mezcla. A él le gustaba sentirse adorado, y su reinado se prometía eterno porque parecía más joven, siempre claramente más joven de lo que era. El muchacho delicado con ciertos rasgos de vicio. Uno de los cánones del morbo. La seducción turbia y joven, y el tono casi violeta en las ojeras. Un príncipe ruso le regaló joyas y pieles. Y decían que un marqués español había puesto una gran finca a su nombre. No todo sería verdad. Pero en buena medida sí que lo era. Jim era alto y delgado, y aunque no esté bien dotado, parecía dominar el arte inversa, entre otras… Es cierto, pudo ser millonario. Pero se enamoró de los verdaderos rufianes que abusaron de él, y le indujeron a dosis cada vez mayores de opio y éter. Al final era un ser terrible, blasfemaba de todo y la gente le rehuía. Por supuesto, ya no había clientes. Rondaba los antros peores y se protegía en el lumpen, rotos los dientes, mucho peor que un Apolo manco. Quebrado en todos los sentidos. Pero la fotografía que guardo de él, posando como Narciso, es tan maravillosa y mórbida, entreabiertos los labios, mojados, abismáticos, como si el enamorado de sí llorara de emoción extraña y sublime… No quedó nada. Nada en absoluto.

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