Fragmento extraído de la novela
Sígueme de Cristóbal Ramírez
De un puñetazo en la cara me precipitó contra la pared donde mi cráneo se estrelló con un chasquido seco y caí al suelo mareado. Enseguida me empezó a sangrar la nariz. La polla se me empezó a enderezar. El rostro de bruno, de facciones rocosas de semblante pétreo y sesgado, se mostraba decidido a encontrar y castigar un culpable. Y ese era yo. Bruno era el vio retrato de la violencia descontrolada, ya no como promesa, sino como realidad. Necesitaba descargar toda la adrenalina que había acumulado los últimos días. Y la iba a descargar por fin. Me levanté tambaleante, la mirada un poco nublada, para solicitar más palos ¿por qué no? Me cogió de la pechera y me pegó de nuevo en la cara, varios puñetazos expansivos, relativamente apáticos. Los primeros golpes eran parecidos a una danza de apertura, caricias infalibles que me calentaban enseguida. Volví a caer. El rostro me ardía. Me había partido el labio y un hilillo de sangre, de sabor dulzón y cálido, se me colaba en la boca. Me levante con dificultad y me planté frente a él esperando el siguiente golpe. Esta vez fue en la boca del estómago. Un golpe seco, limpio, que me cortó el resuello y me dobló en dos. Los puñetazos de Bruno eran siempre así, inmediatos y contundentes, acerados. Bruno sabía pegar. No me permitió que me tirase al suelo. Me apresó con una mano del cuello y con la otra de la cintura de los pantalones y me dobló sobre mí, para que soportase el dolor y la ausencia de aire en mis pulmones. Desde luego, no iba a acabar conmigo tan pronto. Sin duda iba a ser una sesión larga. Me enderecé pero no lo vi, no veía a Bruno. Podría haberme marchado, pero no se había marchado. Todavía no estaba satisfecho. Descansó se alejado un par de pasos y encendió un cigarrillo, Lo fumaba tranquilo, paseando por la casa, asomándose por la terraza. Me llegaba tenue el olor a tabaco quemado, que añadía al ambiente una densidad opresiva que se sumaba a mi dificultad para respirar.
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