6.9.10

UNA MALA PASADA



Fragmento extraído de la novela
De incógnito de Matthew Rettenmund

En el interior del bar hacía muchísimo calor, abarrotado como estaba de cuerpos sudoroso, y reinaba el clásico aroma gaya, ese extraño olor que siempre me recuerda a Drakar Noir. No me resultó difícil encontrar a un tipo dispuesto. Nunca lo es. Los hombres no son exigentes, no se pasan horas decidiendo qué plato de la carta van a pedir, ni tampoco se calientan mucho la cabeza- precisamente- en el momento de decidir con qué cuerpo practicarán el sexo esa noche: saben que da lo mismo. Tenía una expresión muy tierna, el cabello oscuro y los ojos castaños con un toque de encanto bisoño. Llevaba la gorra e béisbol hacia delante con la visera cuidadosamente enrollada imitando un estilo que había visto en los chicos que desfilaban por la Octava Avenida ese mes. Siguiendo las corrientes de la moda, también llevaba una cazadora y unos elegantes pantalones de chándal, negros con rayas blancas dobles a los lados. Seguramente se le había ocurrido calzarse las zapatillas de deporte en el último momento. me repasó de arriba abajo y dejé que percibiera mi interés. Estuvimos charlando un rato sobre las escenas de porno duro que emitían en la pantalla que había encima de la barra, intercambiamos un toqueteo y decidimos enrollarnos tras una negociación asombrosamente limpia. ¿Vives cerca de aquí? /¿Quieres venir a mi casa?/ Vale, genial / Sí, genial/ caminamos las dos manzanas que nos separaban de su coqueto estudio, situado en un edifico con portero. Charlamos un poco más y luego entramos en materia, cuando él me bajó los vaqueros de repente caí en la cuenta, como si me acabaran de inocular alguna sustancia, de que ni siquiera me había duchado ese día: eso demuestra con cuánta ligereza me tomaba los rollos de una noche en aquella época. No era importante, sólo era un acto reflejo, como un pasatiempo. Empezó a chuparme la polla, pero entonces se retiró hacia atrás y me la miró con gesto perplejo. En ese momento supe que eso era todo. Empecé a mortificarme con la idea de que olía mal, lo bastante para haber asfixiado a aquel chico de Chelsea tan caliente, tan disponible, que se había tomado la molestia de alquilar un picadero a dos pasos de un bar de ligue al que ibas a tiro fijo. Empecé a sudar a mares, lo cual no debió de contribuir a mejora mi olor corporal, fingí un dolor de cabeza y me largué de allí.

No hay comentarios: