12.12.12

PLACERES OSCUROS


Fragmento extraído de la novela Roy
de Roger Peryrefitte

 Roy estaba un poco impresionado por quedarse a solas con un hombre que tenía “gustos especiales” Su imaginación había intentado descubrir los secretos de este epíteto, recurriendo a sus experiencias con los hombres a los que frecuentaba. ¿El árabe querría atarlo, amordazarlo y fustigarlo como Mr Teller? ¿Fustigarlo mientras llevaba un camiseta obscena, como el cantante? ¿Ensartarlo a través de la rendija de un pantalón de seda, como el cónsul? estas eran las cosas más raras a las que lo habían sometido y Roy se había adaptado bastante bien. Ramsey le había hablado de un bar en Nueva York donde los clientes meaban en los vasos de sus vecinos y se bebían la orina como si fuera una cerveza.

Pero tampoco se trataba de mear. El príncipe preguntó a su joven visitante si estaba dispuesto a defecar. Roy nunca había recibido una petición que lo desconcertara tanto como aquella; pero en definitiva, incapaz de olvidar que la parte del cuerpo que proporcionaba tantos placeres y beneficios era “la cosa más importante” podía entender que a algunas personas les interesara incluso en sus funciones excretorias. A pesar de todo la idea no dejaba de causarle cierto asco, aunque atemperado por su aspecto cómico, hasta le punto de que sonrió. Por lo demás, como desde le primer día se había sentido dispuesto a experimentarlo todo en el ámbito de los placeres secretos, se creyó autorizado a responder que sí, que estaba preparado para defecar.

Como de costumbre, la curiosidad lo cautivaba, al igual que la conciencia de estar participando en lago poco habitual en el ámbito de las excitaciones. Mientras se desnudaba en el cuarto de baño adonde había llevado el árabe, contempló le cuerpo moreno que emergía poco a poco del traje de seda. El sexo no andaba a la zaga de los que había admirado en los hombres que conocía. Cuando los dos estuvieron completamente desnudos, el saudí tomó a Roy en sus brazos, le besó la boca, lo acarició primero con dulzura y después le magreó las nalgas casi con brutalidad. Después se tumbó sobre una alfombra, instaló sobre su cara una especie de puentecillo, ancho de plástico, transparente como el cristal, y rogó a Roy que se aliviara lentamente en la cubeta practicada en la puentecillo. Una lámpara eléctrica iluminaba por debajo el trasero que  iba a poner el huevo y que Roy le hizo pensar en la que había usado el cónsul general en la terraza. Apoyado en el borde del puente, con los muslos y las nalgas bien separadas, desplegó el ano ante las miradas del príncipe. Al mismo tiempo, se inclinó hacia delante para masturbarlo, mientas el contemplador hizo lo propio con él…







No hay comentarios: