Un poema de J. Ricart
Joven y bello como Aquiles,
el fulgor de tu bronce
hace olvidar el óxido del tiempo,
y la perfección de tu torso
rasga unos segundos de gloria.
Dichoso el que te hallara un día
náufrago a merced de las olas
entre holoturias y nácar.
Como los dioses
desde tu pedestal observas
la vanidad de nuestras vidas
borrachos de placer y fama,
de sueños de negro ébano
y rubio sándalo.
Mas, no temas, descuida:
los vigilantes de la sala
como sacerdotes del templo
custodian la pureza de tu cuerpo
de aquellos turistas bárbaros,
que en un descuido intentan
acariciar tu mejilla sin bozo
o alcanzar el cenit de tu cintura.
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