24.1.13

TAURO


Fragmento extraído de la novela
Tiresias de Marcel Jouhandeau


Tiene cara de malvado, una cara que según las circunstancia puede ser noble o infame, y algo torvo en la mirada, pero intrépido en su forma de colocar la cabeza ofreciendo la frente, preparada para lanzarse contra cualquier obstáculo. Nacido bajo el signo de Tauro, tiene un gran dominio de sí. Para quien no sea su querida o su enamorado, su boca, que cuelga algo fláccida y siempre húmeda de baba, debe de ser de una bestialidad perturbadora, pero yo, que adivino lo que ese rostro y ese cuerpo pueden tener de temible, de horroroso en su furor, disfruto de la dulzura contenida de su sonrisa, que sigue siendo cruel incluso en los mejores momentos, y de la caricia desmañada de su enorme mano de estrangularlo, que sólo necesita caer sobre uno en lugar de posarse para cogotarlo, o cerrarse alrededor de su garganta para cortarle la respiración para siempre. La ternura no es para él sino una concesión de la que se avergüenza por ello, a veces sus actos toman un viso altanero, pero ninguna de mis atenciones le pasa inadvertida, y responde a cada una con un invento sublime de su inagotable sensualidad.

El mejor momento es quizás sin duda el de esperar de rodillas, sin ver ni saber lo que sucede detrás. Nada más emocionante que el acercarse del pene, antes del contacto. La suave duda del miembro al borde de los labios, que se retraen  y poco a poco se distienden como para adelantarse a lo que va a dilatarlos, desgarrándolos. Dos brazos los rodean ya. No te escaparás. la penetración es primero dolor, mientras la agitación del hiero le permite ocupar su lugar en la vaina, que  desplegando una a una sus mallas, adopta la forma de aquello que la llena más que imponer la suya, hasta el momento en que le que la vulva abierta, de delectación, se alisa y se lubrifica a sí misma. Y entonces el roce, penoso al principio, se transforma rápidamente en la más voluptuosa caricia interior.

Tan sólo Pierre supo continuar su balanceo cadencioso para alcanzar un éxtasis aún más pleno: cuando, después de tocar mis riñones con su vientre, nuestro vello mezclado, ocupa su lugar dentro de mí, donde permanece largo tiempo inmóvil, tan erecto que el glande se hincha en el interior, y por su propio palpitar, por su sola vibración, llega al orgasmo. Entonces, advertido por su grito, no bien me siento de pronto inundado de su cálido licor, cuando él aprovecha, humedecido, para avanzar aún más profundamente con sigilo, hasta que yo soy quien grita, mientras bajo el efecto del orgasmo todo en mí se contrae, cerrándome sobre su falo, al que retengo prisionero, y locos de agradecimiento mutuo caemos enlazados sobre las sábanas y dormimos.






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