28.11.12

5000 LIRAS POR UN BESO


Fragmento extraído del relato
El beso de Samuel  de Hervé Guivert


 Volví más tarde a los servicios borracho, con el vientre frotando contra el embaldosado húmedo, pues la cisterna se desencadenaba sola a  intervalos regulares, me dejé dar por culo por el primer tipo que se presentó. La última noche seguía sin haber hablado con nadie. Delante de los servicios un joven me abordó y me pidió diez mil liras por acostarme con él. Llevaba ese dinero e incluso un poco más en el bolsillo interior de la chaqueta. Llevaba también cinco mil liras, la mitad del dinero que me pedía, en un bolsillo exterior. Entonces se me ocurrió la idea de mentirle: le dije que no llevaba ese dinero conmigo, que tenía sólo cinco mil liras y se las daba tan sólo por un beso. Esa propuesta pareció alegrarlo, halagarlo. Se llamaba Samuel, era originario de Palermo y  tenía diecinueve años. Me habló de su novia, que vivía en el norte de Francia. Fuimos en busca de un lugar en el que pudiéramos besarnos. Bordeamos el andén y después nos metimos en los pasos subterráneos, en los que los cuerpos envueltos en nilón azul y rosa tapiaban el suelo en busca del sueño, algunos interpelaban por las estrechas ranuras del saco de dormir para preguntarnos la hora. Nunca era posible el beso. Siempre pasaba un viajero o un mozo de equipajes, un ruido de pasos nos impedía detenernos. Cruzamos la estación en toda su longitud y después volvimos a salir al último andén, desierto y negro, y lo bordeamos hasta que desapareció en la alineación de los raíles, tras pasar ante un vestíbulo en el que hombres con mono arrastraban grandes cajas, por fin nos encontramos solos y nos detuvimos, nos volvimos uno hacia el otro, pero un hombre escondido en la oscuridad de una locomotora nos interpeló y nos ordenó que nos largáramos. Habíamos caminado veinte minutos y al final se volvió hacia mí y nos besamos sin prestar atención a los que pasaban, al pie de una escalera. El traspaso de dinero siguió casi al instante de traspaso de la saliva: mientras su lengua me penetraba en la boca, yo me sacaba las cinco mil liras del bolsillo y se las pasaba al suyo. Al principio me pareció que tenía pelos en la lengua, pero era el paloduz que estaba mascando. El beso se  prolongó. Samuel se rió y me dijo: “Tienes unos dientes bonitos” Volvió a besarme varias veces seguidas.

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