8.10.12

ENTREMESES DE CAMA


Fragmento extraído de la novela
La estrella de la guarda de Alan Hollinghurst

Cuando nos besamos pensé que aquello era lo que había deseado tanto. Su cuerpo cálido y fuerte, nuestras pollas que se restregaban una con otra a través de nuestros vaqueros, sí, íbamos a follar. Pero por un largo momento, me limité a abrazarle muy fuerte, inmovilizado por la emoción. Me metió la lengua en la boca… y la sujeté con la mía. Me parecía la punta de un órgano apasionado que hundía sus profundas raíces en mí, tan íntimamente enroscado sobre sí mismo, tan ardientemente concentrado, tan atrofiado por el deseo insatisfecho, que respondió con un espasmo de incredulidad ante aquel don gratuito de lo que tanto ansiaba. Me quitó las gafas y me miró como si me encontrase guapo, gracioso. Yo le pasaba y repasaba mis dedos incrédulos por la cara y el cuello, le besaba los párpados, la larga nariz, la mórbida protuberancia del labio superior… me estaba ya sobando la polla y todavía yo pensaba que era una locura dejar que aquello sucediera. Pensé que una vez que hubiera empezado, le sofocarían, le asustarían mis tremendas necesidades sin límite. Y se alejaría de mí con una risita de asco. Su tiesa polla era como la gruesa vena que mostraba su contorno a través del algodón estirado. Le volví la espalda y le besé la nuca, me aparté un momento para quitarme los gemelos; mirándole las piernas donde tenía todavía las señales del bronceado veraniego. Pensé: No debo decirle “Te amo” aunque ésas eran las únicas palabras que me venían a la mente. Se volvió despacio, atragantado, aturdido. Se le leía en la cara una reprimida timidez, sus movimientos tenían la fatua volubilidad del alcohol, su seguridad en sí mismo había crecido con la espera. me agarró la polla y me la acarició una o dos veces, y luego volvió a abrazarme mientras y yo le besaba con adoración, boqueado un poco locamente mientras le trabajaba la boca, confundiéndole, calmándole también con mis manos en su espalda, arcos catalépticos que descendían suavemente hasta su cintura. Luego los dedos resbalaron por debajo del elástico decididos, y él contuvo el aliento cuando le metí la mano por la raja. Se curvó hacia mí, y empezó a tirar de sus calzoncillos, impaciente por quitárselos.

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