
Fragmento extraído de la novela
La historia particular de un chico
de Edmund White
Allí estaba aquel chico, riendo, de cabellos más claros que el sol, la piel suave, todo el cuerpo en tensión con los esfuerzos que hacía para sujetar alguna cosa, de manera que la camiseta se separaba de aquellos tejanos estirados y nosotros-su padre y yo- veíamos los músculos de Tom como el zigzag de un relámpago en su tieso estómago, allí teníamos a aquel chico tan atractivo, tan libre y admirado y nosotros estábamos a su lado, mirándolo, contemplándolo como florecía aquel torso de humilde cáliz de los tejanos. Entonces tuve la sensación de que la belleza es el bien más preciado, la única cosa que todos queremos ser o tener, y a falta de eso, destruirla, y que todas las virtudes del mundo no son más que bilis y engaño. los feos, los viejos, los ricos y los que lo han conseguido todo hablan de las virtudes invisibles- de carácter, de sentido común, de poder, de talento- porque no tienen las visible, aquella ridícula pelusa bajo el labio inferior que no se acaba de decidir en convertirse en barba, aquellos pies descalzos que corren por el puente resbaladizo, unas grandes manos demasiado pesadas para unos brazos tan delgados, el movimiento rápido de las pestañas encima de los ojos color de lapislázuli descolorido, unos labios de un rojo profundo, los cabellos agitado por el viento intrincados como los detalles de las puntas de Velázquez.
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