9.12.10

MI AMIGO MOHAMED



Fragmento extraído de la novela
El ejército de salvación de Abdalá Taia

Mientras esperaba a encontrar una buena mujer que fuera dulce, obediente, respetuosa, generosa y excitante, desde hacía algún tiempo, apenas un mes, Mohamed se había vuelto hacia los hombres. Eran más fáciles de satisfacer, de hacer felices; se contentaba con jugar con ellos, a veces, desnudo pero no necesariamente; les dejaba chupársela, los penetraba, contemplaba incluso la posibilidad de dejarse tomar a su vez; una polla en el culo no era algo que le diera miedo, desde le momento en que aquella ofrenda de lo más íntimo de su ser le permitiera por fin largarse de este país d hemiedra. Sí, sí, según él era cosa segura: los hombres eran más amables, menos complicados, más juguetones más generosos; le daban su dinero sin contarlo, más del que esperaba obtener. Era simple, de verdad. Los hombres habían sido una total sorpresa para él; antes no le interesaban sexualmente, pero cada cosa llegaba a su debido tiempo, ¿no? Ahora él estaba en su lado, se convertía en homosexual para ellos, pero cuidado, sólo para los extranjeros, nunca se acostaría con un marroquí, jamás; pasar por un zamel, por un mariquita, en Tánger le inspiraba un gran horror. Además, él no era un zamel, no, no, en absoluto; a él lo que le atraían, lo que le excitaba, eran las mujeres, y era gracias a ellas como esperaba salir un día de este ingrato país. Ésa era la pura verdad. Él no mentía. Estaba dispuesto a jurarlo sobre el Corán, si hacía falta. Mohomed hablaba mucho. Sin vergüenza. Sin reparo. Sabía que yo era, igual que él, de este putiferio de país, así que no se cortaba lo más mínimo; lo decía todo con lucidez, con coraje, a veces con vulgaridad. Era conmovedor, por su belleza, por su ingenuidad, por su intensidad y sus contradicciones. Era alto, de piel blanca y de pelo moreno, siempre sonriente incluso cuando la cólera lo invadía, y sus ojos -lo mejor que tenía- lo que más impresionaba cuando lo veías por primera vez, negrísimos, inmensos. Mohamed era hermoso, hermoso, hermoso, Y ese adjetivo no es ni lo bastante preciso ni lo bastante potente para expresar hasta qué punto su belleza era extraordinaria

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