La calle suena con el paso de los soldados,
y nos apretujamos a mirar:
una roja casaca vuelve la cabeza,
se gra y me ve.
Amigo, mío, tan lejos
como un cielo de otro cielo,
nunca nos cruzamos antes;
tan separados como en el fin del mundo,
no nos volveremos a encontrar.
Y los pensamientos que en el corazón llevamos
callarse no podrán,
pero vivo o muerte o, sobrio o ebrio
soldado, sé feliz hasta el final.
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