Fragmento extraído
de la novela Una playa muy lejana
de Pedro Menchén
Regresamos al apartamento muy tarde, bastante borrachos. Para entonces, tanto Tino como yo habíamos olvidado el pesado enfado. No parábamos de reír. Todo lo que hacíamos o decíamos, el hecho mismo de quitarnos la ropa, nos provocaba constantes carcajadas. Finalmente tuve que ayudar a Tino a desnudarse, pues había caído sobre su cama y no podía moverse. No acertaba a desenredar los cordones de sus botas. Yo lo conseguí después de un rato y luego tuve que pelear con sus pantalones. Tino, mientras tanto, parecía divertirse viéndome desnudarle, sin hacer le menos esfuerzo por colaborar. Cuando acabé con él, empecé conmigo. Después me senté a su lado en la cama. Destapé dos latas de cerveza y bebimos.
Eres maravilloso, le dije a Tino acariciándoles. Eres la experiencia más maravillosa que me ha ocurrido en la vida. Le besé en la frente, le besé en las manos, le besé en el ombligo. Pero sé añadí, apretando fuertemente una de sus manos, que me harás mucho daño. Sólo te pido que no seas demasiado cruel, que tengas piedad de mí, por favor. Tino sonrió sardónicamente. Me gustas, me gustas tanto que tengo miedo de mí mismo, dije besando sus manos en una especie de arrebato. ¿Qué te pasa a ti ahora? dijo Tino mirándome con suspicacia. ¿Por qué dices todas esas cosas? / Nada, no me pasa nada. Pero tengo el presentimiento. Sé que me harás muy feliz, pero también que me harás mucho daño. Es sólo un presentimiento. Tino volvió a sonreír de aquel modo suyo tan particular, entre cínico y condescendiente. Debía pensar, quizá que yo era un tipo bastante ridículo. Me hace daño tanta belleza, dije acariciándole con veneración sus cabellos.
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