Fragmento extraído de la novela
El cordero carnívoro
de Agustín Gómez Arcos
Tras el baño tan perfumado como la albahaca en las noches estivales, me puse, con la ayuda de Clara, el último traje que mamá me había comprado, una camisa, unos calcetines y unos zapatos blancos. En el espejo vi la mirada de mi hermano que clavada en mí. Los ojos de Antonio brillaban con la misma glotonería que los de un niño obeso ante el escaparate de una pastelería. Tuvo que ponerse a toda prisa el calzoncillo y el pantalón, porque empezaba a empalmarse. Se ruborizó y me guiñó un ojo en el espejo. La boca se me llenó de saliva, y deseé que aquel día fuera más corto que los demás. Por otra parte descubrí ese punto voyeur deque no le conocía a mi hermano Antonio. Bajamos al vestíbulo y una vez allí, mi hermano me tomó en sus brazos y su boca buscó mi oreja. Un cuchicheo: No te tomes muy en serio lo que va a ocurrir ahí dentro. ¿Me lo prometes? Antes de que pudiera tranquilizarlo con un sí convencido, mis labios se abrían ya en su boca y su lengua encontraba la mina. Nos quedamos así unos instantes, y sentí que nuestros cuerpos se rebelaban contra la ropa. Conscientes del peligro, tres puertas desde las que nos podían sorprender, habíamos saboreado el momento con un frenesí desconocido. Yo temblaba y mi hermano me abrazaba con fuerza. al final, me separó de él bruscamente y dijo: Sólo tú y yo somos la verdad. Lo demás es una farsa. ¿Entendido?
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