Fragmento extraído del libro
Cuentos inenarrables de Aldo Coca
Régulo sentía el aliento cálido de la falsa bestia contra la piel de su escroto. De repente y sin que nada le hiciera sospecharlo, la bestia-hombre se abalanzó con un gruñido sobre el miembro de Régulo, lo tomó con los dientes y lo estiró cuanto pudo. Régulo, emitió un grito de terror pensando que aquel falso animal iba a devorarle el carajo. Cerró los ojos, y durante unos instantes los mantuvo así, hasta que finalmente los abrió al darse cuenta que el hombre-animal no le devoraba nada, sino que seguía tirando de su miembro pero ahora con los labios cerrados, sorbiéndoselo, como si quisiera aspirarle todo el cuerpo por le agujero. Después, y con la misma rapidez con la que se lo había agarrado, lo soltó de repente. El miembro de Régulo, hasta entonces tenso como la cuerda de un arco, se encogió de repente y fue a rebotar contra sus testículos, aunque, a decir verdad, no y tan fláccido como antes; la succión forzada había producido sus efectos y ahora la verga de Régulo parecía lentamente hinchada y enrojecida por el flujo de sangre. la fiera hombre volvió a acercar el hocico a las partes de Régulo y empezó a lamérselas con delectación y mansedumbre. Régulo tenía los ojos desorbitados, y en aquel insistente lameteo, empezó a relajar la tensión y a ofrecer involuntariamente sus partes al tigre-lametón, con el pijo ya indudablemente excitado que empezaba a levantar la cabeza. Entonces, el hombre-fiera dejó de lame, se incorporó sobre sus patas-piernas traseras, apoyó los garfios de sus garras en el tronco y empezó a husmear los pelos del pubis de Régulo, siguiendo la marca que trazaban hasta el ombligo. Una vez allí, la fiera levantó la cabeza, y por debajo del hocico del animal, entre los largos pelos de su bigote, Régulo que ahora no pedía un movimiento de su atacante vio con asombro y terror el rostro del archiconocido del divino Nerón Claudio César, quien después de darle un buen lameteo desde le ombligo hasta la base del escroto, cosa que terminó de ponerle el miembro en hermosa y agresiva erección, se dirigió hacia Régulo por la izquierda sin dejar de rugir amenazadoramente, mientras agitaba las posaderas para que la larga ola de piel del tigre ondulase como si fuera realmente un animal. Régulo se quedó allí, con la polla tiesa y húmeda de saliva, como húmedos de saliva también tenía los cojones y todo el bajo vientre, sin acertar salir de su asombro, preguntándose en qué acabaría todo aquello, aún con el terror de que acabara realmente descuartizado y comido por el emperador.
Entonces venía el turno de los cojones, que lamía y succionaba hasta casi causarle dolor ¡Aug, aug! repetía enardecido por le juego. Procedía entonces a mordisquearle los costados de la verga y hacerle pasar la punta de la misma por le frío hocico de la cabeza del animal. Y así por mucho rato, lamiéndolo todo, chupándolo todo hasta que finalmente se metió la polla en la boca, la chupó entera hasta que Régulo sintió que su glande rozaba la campanilla de la garganta del Supremo matafuego e inició un movimiento de vaivén con la cabeza para que la verga de Régulo corriera como un pistón en su boca, de modo que a veces los labios de Censar rozaban por fuera de los pelos del pubis del muchacho y otras, por dentro, la base del glande. Régulo, fuertemente amarrado al poste, se retorcía, estiraba el cuello, levantaba la barbilla, ponía los ojos en blanco, bizqueaba, hasta que, por fin, con un espasmo largo, continuado, jadeando y babeando , se corrió en la imperial boca, que ahora no dejaba de succionar, ávida de aquella leche que generosamente le ofrecía Régulo a chorros calientes e intermitentes.
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