Fragmento extraído de la novela
Una prudente distancia de Lluís Fernández
Tumbada al sol en las playas de Benidorm conoció a Marvin, un inglés que lo inició en el último tabú: la violencia controlada. Pero algo en su interior debió alertarle porque volvió de Canarias con un cock ring colocado artísticamente en salva sea la parte, adminículo que no paraba de exhibir en cuanto nos quedábamos a solas. Ni que decirte quiero la propaganda que me hizo para que me comprara uno. Cosa que hice, y después de una semana de padecer una presión dolorosa insufrible tuve que ir al médico aquejado de próstata. Pero ella no. Aunque era el modelo más sencillo, un anillo de acero no ajustable, se pavoneaba de tenerlo todo muy recogido y comprimido y, además con una erección a prueba de bombas. La verdad es que se le ponía roja pero enhiesta y dura como he visto pocas. El segundo paso lo debió de dar en Londres, adonde viajaba casi todas las semanas para visitar a su nuevo marido Marvin. Allí se compró una camiseta de lurex vulcanizada, ideal me dijo para que te meen sin recato. Yo me asusté al conocer la lluvia dorada, pero tendrías que ver visto su cara cuando intentó ponerlo al corriente de las duchas amarillas esas que practicaba en no sé qué club con su amiguito de correrías. A todo esto, el inglés trabajaba de machaca en una empresa de desratización a domicilio y don luís quiso traérselo a Valencia como pasante de su bufete, pero justo cuando lo habíamos convencido de su locura, conoció a un azafato de vuelos intercontinentales que lo inició en la cama de agua y el embadurne con grasa animal. Como no lo he probado me remito a lo que me contó dos Luís: Sabes lo que te digo, que es como si te metieras en tu propia placenta en una deslizante lucha amorosa”.
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