Un poema de August Von Platen
Cae la noche y luminosa la noche invernal en Roma:
ven muchacho, paseemos; cogidos del brazo,
apoya tu morena mejilla
en la rubia cabeza de tu confidente.
Eres de origen modesto sin duda, mas tus palabras
¡cómo me alcanzan entre esa caterva de aduladores1
Suaves, melodiosas fórmulas mágicas
musitan tu romana boca.
No me agradezcas nada, no
¿Es que podría yo mirar sin sentimiento
pender en las pestañas de tus ojos lágrimas de dolor?
¡Ay, y qué ojos los tuyos!
Te hubiera visto Baco y te habría escogido
para el puesto de Ampelos,
sobre ti tan sólo habría descargado dulcemente
el equilibrio de su cuerpo ambrosíaco.
¡Bendito sea por siempre le lugar donde por primera vez
amigo, te encontré; bendito el monte Janículo;
bendito el tranquilo, hermoso claustro
y la plaza siempre verde!
Cae la noche y luminosa la noche invernal en Roma:
ven muchacho, paseemos; cogidos del brazo,
apoya tu morena mejilla
en la rubia cabeza de tu confidente.
Eres de origen modesto sin duda, mas tus palabras
¡cómo me alcanzan entre esa caterva de aduladores1
Suaves, melodiosas fórmulas mágicas
musitan tu romana boca.
No me agradezcas nada, no
¿Es que podría yo mirar sin sentimiento
pender en las pestañas de tus ojos lágrimas de dolor?
¡Ay, y qué ojos los tuyos!
Te hubiera visto Baco y te habría escogido
para el puesto de Ampelos,
sobre ti tan sólo habría descargado dulcemente
el equilibrio de su cuerpo ambrosíaco.
¡Bendito sea por siempre le lugar donde por primera vez
amigo, te encontré; bendito el monte Janículo;
bendito el tranquilo, hermoso claustro
y la plaza siempre verde!
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