Fragmento extraído del relato
Alaska de Trebor Healey
Parecía asustado; me pregunté cuánto tiempo llevaría así, tiritando. Se había caído al arroyo y tenía la ropa empapada. ¿Por qué no se la había quitado? ¿Cuánto tiempo llevaría así sentado? Yo sabía lo que había que hacer en esos casos y lo hice enseguida.. Le saqué del agua, le quité la ropa mojada, luego me quité la mía y le froté el pecho con las manos, para calentarle el corazón, presionando finalmente mi cuerpo contra el suyo, como en un abrazo de oso, para darle calor. Sin embargo, aún seguía tiritando. Tenía que ponerle al sol, lo cual no era fácil teniendo en cuenta que estábamos en un barranco y que él se había torcido el tobillo. Tendría que subirle hasta el claro del bosque y llevarle hasta el árbol al que se había subido: allí había un prado donde daba el sol. Pesaba lo suyo, aunque no mucho, tal vez setenta y cinco kilos. le llevé a caballito y aunque a paso lento y pesado, me dirigí hacia el sendero, resollando, mientras él se estremecía. Cuando llegamos al claro del bosque, me puse de rodillas y le solté. Puesto que seguía temblando, lo abracé de nuevo con todas mis fuerzas, ahora al sol, frotándole el pecho y la espalda con las manos, moviendo mis piernas contra las suyas, respirando contra su boca… haciendo cualquier cosa capaz de generar tanto calor como me fuera posible. No me había llevado mi ropa, y tal vez debería haberlo hecho, podría haberla utilizado de manta para hacerle entrar en calor más deprisa. Lo que ocurrió a continuación no fue cosa mía. Fue cosa del sol. O de la pasión. En realidad, no tomé la decisión de hacerlo. Simplemente ocurrió. Lo besé. También seguí frotándole, entregándome completamente a ello. La cuestión es que volvió a la vida; sus músculos rígidos y tensos un rato antes se relajaron, moviéndose como olas en alta amar. Nos retorcimos juntos, casi como si estuviéramos luchando, y me sorprendí sonriendo porque sabía que viviría. Sin embargo, el hecho de ser consciente de eso no me detuvo, ni tampoco a él, y mientras nos frotábamos mutuamente, eyaculé y un momento después lo hizo él, su semen mezclándose con el mío en nuestros estómagos, apretados el uno contra el otro.
Alaska de Trebor Healey
Parecía asustado; me pregunté cuánto tiempo llevaría así, tiritando. Se había caído al arroyo y tenía la ropa empapada. ¿Por qué no se la había quitado? ¿Cuánto tiempo llevaría así sentado? Yo sabía lo que había que hacer en esos casos y lo hice enseguida.. Le saqué del agua, le quité la ropa mojada, luego me quité la mía y le froté el pecho con las manos, para calentarle el corazón, presionando finalmente mi cuerpo contra el suyo, como en un abrazo de oso, para darle calor. Sin embargo, aún seguía tiritando. Tenía que ponerle al sol, lo cual no era fácil teniendo en cuenta que estábamos en un barranco y que él se había torcido el tobillo. Tendría que subirle hasta el claro del bosque y llevarle hasta el árbol al que se había subido: allí había un prado donde daba el sol. Pesaba lo suyo, aunque no mucho, tal vez setenta y cinco kilos. le llevé a caballito y aunque a paso lento y pesado, me dirigí hacia el sendero, resollando, mientras él se estremecía. Cuando llegamos al claro del bosque, me puse de rodillas y le solté. Puesto que seguía temblando, lo abracé de nuevo con todas mis fuerzas, ahora al sol, frotándole el pecho y la espalda con las manos, moviendo mis piernas contra las suyas, respirando contra su boca… haciendo cualquier cosa capaz de generar tanto calor como me fuera posible. No me había llevado mi ropa, y tal vez debería haberlo hecho, podría haberla utilizado de manta para hacerle entrar en calor más deprisa. Lo que ocurrió a continuación no fue cosa mía. Fue cosa del sol. O de la pasión. En realidad, no tomé la decisión de hacerlo. Simplemente ocurrió. Lo besé. También seguí frotándole, entregándome completamente a ello. La cuestión es que volvió a la vida; sus músculos rígidos y tensos un rato antes se relajaron, moviéndose como olas en alta amar. Nos retorcimos juntos, casi como si estuviéramos luchando, y me sorprendí sonriendo porque sabía que viviría. Sin embargo, el hecho de ser consciente de eso no me detuvo, ni tampoco a él, y mientras nos frotábamos mutuamente, eyaculé y un momento después lo hizo él, su semen mezclándose con el mío en nuestros estómagos, apretados el uno contra el otro.
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