Un poema de J. Ricart
No llueve igual en todas las ciudades
pero la muerte fue siempre la misma:
El agua te añade años y te arruga,
desmaquilla los colores y alarga
tu sonrisa de chicle sabor menta
hasta volverla histriónica y obscena.
En el quiosco olvidado de la plaza
lascivo el viento te rasga a jirones.
Pendes de un soplo como de una palabra.
La gente ha ido arrancándote, llevados
por ese fetichismo religioso,
para después amarte en sueños blanco.
Amaneciste un día empapelando
las calles, disfrazado de un dios joven.
Todos quisimos emular tus músculos.
Anunciabas no sé qué, un eslip
extranjero… si mal no me equivoco
eso fue en Agosto y el tiempo pasa.
Hoy bajo este cielo oblicuo de invierno
¿quién querrá besar tu sombra enmohecida?
Nadie se apiadará de tus despojos
por más que nos supliques indulgencia
recordándonos glorias reinventadas.
No crecerán dedos que te señalen.
Pecaste de soberbio y engreído.
Pronto tendrás forma de greguería.
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