Fragmento extraído de la novela
La estrella de la guarda de Alan Hollinghurst
A veces aquellos desconocidos se ponían muy cariñosos, te besuqueaban por todas partes, te pinchaban con la barba, suspiraban y gemían. Otras veces no te querían casi ni tocar, te mantenían a distancia, como si te estuviesen diciendo virilmente que te fuera,; luego alargaban una mano furtiva que iba abstraídamente a lo suyo. A veces querían que le abrazaran, A menudo, por supuesto, estaban borrachos o drogados como tú, y la cosa no tenía mayor importancia, o al menos te olvidabas enseguida. De vez en cuando, echabas el mejor polvote los últimos dos o tres años. Apagaron el cigarrillo con el pie. Pero el olor del tabaco se quedó pegado al fumador. Recorrí rápidamente con una mano la chaqueta de piel con hebillas y las robustas piernas, como si le estuviera cacheando en un aeropuerto. Llevaba encima una tonelada de metal: las hebillas de las mangas de la chaqueta, la gruesa cadena del llavero, la hebilla del cinturón, remaches en los vaqueros. Mientras me incorporaba, me pasó una mano por la cara, y sentí un dedo acre de nicotina bajo mi nariz, luego por el pecho y por la tripa, delicadamente, como si no me comprometiera a nada todavía. Le toqué la cabeza a mi ve, le acaricié detrás de una oreja, y le tiré de un lóbulo donde se hacinaban tres o cuatro pendientes y una grapa de plata. Tenía el pelo liso, pegado al cráneo, y cuando me tomó entre sus brazos y me apretó él bien fuerte, sentí también una cinta de goma, y una sedosa cola de caballo. Me gustaba estar con él, allí, tan calentito. Y con todo ello, no estaba demasiado excitado. Entre suspiro y susurró, dejé escapar por encima de su hombro un gran bostezo, cuyo paroxismo final transformé en un apasionado beso, casi un mordisco, en la oreja metalizada. Traté de imaginar que era otro mientras me sacaba el rabo, que estaba un poco deprimido, aguafiestas, somnoliento, y yo puntualmente extraje el suyo, un poco agresivo, anónimo y erecto.
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