Fragmento extraído de la novela
De incógnito de Matthew Rettenmund
Me imagino a John haciendo ejercicio como en aquellas fotos que te mandé a la revista. Está tumbado boca arriba, en pantalones cortos y con el torso desnudo. Su pecho peludo está empapado de sudor y levanta con los brazos unas pesas. Tiene vello en las axilas y sus bíceps son más grandes que mis piernas. Yo estoy a sus pies, viendo cómo levanta las pesas. Las perneras holgadas de sus pantalones dejan entrever el interior de sus calzones. Tiene la polla larga, suave, y rodeada de vello. También le veo las pelotas, las más grandes que había visto en mi vida, chorreando de sudor. Las huelo. Me acerco, me coloco entre sus piernas y me quedo allí arrodillado. Se extraña y me pregunta qué ocurre. Yo le digo que se calle y entierro la cara en su entrepierna húmeda y cálida, restregándosela con los labios. No le gustan los chicos, pero va y dice: “Joder, qué gusto da eso…” y no me aparta. Aparta las pesas a un lado y me deja lamerle la polla hasta que se le pone demasiado dura y demasiado gorda. Necesita algo más que un buen lametón. No creo que me quepa entera, pero lo intento… Abro la boca del todo y me trago su pene, chupándolo con cuidado par ano hacerle daño con los dientes. Luego me limito a seguir chupándoselo, arriba y abajo, hasta que se pone tan cachondo que se le levantan las pelotas y me dice que se va a correr. No me está avisando, simplemente está constatando un hecho, y me sujeta la cabeza ahí abajo y John se corre con un chorro caliente que me trago sin rechistar.
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