Fragmento extraído de la novela
La historia particular de un chico
de Edmund White
Una vez, cuando tenía la edad de Kevin, deseé que mi padre me amara y se me llevara lejos. Durante un par de noches me estuve sentado a la puerta de su habitación a oscuras, enloquecido por la fantasía de seducirlo, de huir con él, de llenarlo de besos mientras atravesábamos el espacio en el campo nocturno inundado de flores que eran las estrellas. En cambio ahora lo odiaba y tenía la sensación de que tenía que huir de él. Sin embargo Kevin me cogió la mano. Estaba sentado a mi lado a oscuras. Me hice un poco adelante para dejar más espacio entre los otros. Las dos manos cogidas quedaban escondidas entre su pierna y la mía. Justo en el momento en que casi pasaba de él y de su vaselina, me puso aquella mano tan caliente encima de la mía. Notaba los callos que tenía en la palma en el lugar con el que aferraba el bate. A fuera la media luna atravesaba rabiosa los altos pinos, se extendía a través de un reflejo de agua y se escondía detrás de una valla publicitaria. Kevin me hacía muy feliz: era una joya alegre y malévola. Estábamos allí, delante de las narices de aquellos adultos pesados: dos chicos cogidos de la mano. Quizá no tendríamos que huir. Quizá podría vivir en medio de ellos, comportarme con normalidad, ir pasando las etapas sin dejar la mano de aquel chico maravilloso.
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