Un soneto de Nelson SimónCual astro que anduviera por la tierra,
su cuerpo reposaba en la glorieta
con la vil perfección con que el atleta
en la paz de su músculo se encierra.
Su juventud de tigre me agredía,
sus pechos como cúpulas doraban
la sombra, en que mis ojos convidaban
a suicidarme en su melancolía.
Mi tiempo se quebraba en la blancura
del hombro en que moría la mañana.
Lujuriosos mis ojos lo tocaron,
fueron bestias bebiendo en la hermosura
guardada entre mis manos, tan lejanas,
que él nunca supo que le acariciaron.
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