2.12.09

EN LOS BAJOS FONDOS



Fragmento extraído de la novela
Las noches salvajes de Cyril Collard


Plaza de Italia, bulevard Vicent- Auriol, el metro aéreo; la bajada hacia el río, el asfalto, el olor de orina al final del verano. Unas manos me desabrochan la bragueta, me levantan la camiseta, me pellizcan y retuercen los pezones de los pechos. Prolongan estas manos que me martirizan el pecho, está el cuerpo de un hombre. Este dolor me pertenece, es un mal necesario. Atraigo al hombre a.C. donde hay más luz; hacia una zona donde cae un rayo luminoso que viene de la superficie, atraviesa una claraboya y proyecta en la pared la forma de una reja. Gozamos de esta jaula ficticia, una celda de barrotes sólo fabricados por la luz y la sombra. Si arrastro este hombre hacia este lugar más iluminado no es para verle la cara; para saber si es guapo o feo, liso o deformado por alguna enfermedad. Es porque mi propio cuerpo sea visible. Me exhibo, pero sobre todo, soy un voyeur de mi mismo. El hombre lleva unos pantalones de látex. Tiene la piel mojada, bajo sus dedos, convertidos en pinzas, bajo sus dientes, como tenazas, la piel de los pezones se rasgas y brotan algunas gotas de sangre. Perlas de sangre, raras perlas. Días más tarde vuelvo a ir allá donde la población sólo son sombras furtivas, cuerpos y miradas cruzadas trabajando infatigablemente para su propia pérdida. Desde allá, cuando dejo atrás el esqueleto de una noche salvaje, el hueso del milagro, me vuelvo con la espalda rayada con línea rojas, con marcas de suelas de rángers en el torso, con los pechos quemados, los calzoncillos mojados, escupitajos secos encima de la cara, los muslos cosquilleados por reguerotes de meados fríos. Hablo de un fauvismo con colores pasados. Colores pastel diluidos y fugaces de las chaquetas que rozan los pilares de hormigón, gradación de gris de los rostros cerrado, lamidas de azul de los tejanos que se amoldan al culo, a las pollas y a los huevos. Los párpados; nada de eso no tiene más color que el azul oscuro d el anoche, el negro liso del río o el naranja difuminado de las farolas de sodio en la otra orilla. Quedan manchas leonadas encima de él, memoria en blanco y negro de los cuerpos confundidos; el color de Samy y de sus parecidos que la noche no puede esconder.

1 comentario:

José L. Serrano dijo...

gracias por la visita

muy bonito tu blog!!

La taberna del mar

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