13.10.09

HERACLITO Y HERMOGENES


Un poema de Ángel María Fernández

Un grupo de chavales se amontona
como el verano sobre nuestras nucas
en torno a la piscina de Heráclito.
“El oscuro”, ese mote facilón
y pueblerino, lanzado con cariño
por el color de piel de un africano
padre echado a patadas, acompaña
al chico: mozo fuerte, cuerpo de hombre
pero tímido, luz de media vela;
la otra media el muchacho generoso
que cede sin pudor el familiar
chalé del millonario abuelo para
el ocio en el estío. Todos juegan.
el Heráclito observa desde lejos,
casi nunca patea, enfurruñado
como anda cavilando un apotegma,
un flaco haikú nuevo sobre el yayo.
las tardes son de helado y bollería
no hay viajes ni sirenas para el grupo,
opositan a centro delantero,
la vocación total, el nuevo dios.

Pero “el oscuro” no está solo aunque
lo parezca. El Hermógenes, amigo
leal, observa sus paseos, juega
duro y duro pergeña nuevos versos,
mira al cielo, dedica un gol, recita.

Desde algo similar a finas lágrimas
se miran a lo lejos, ríen, guiñan
un ojo, aman, pero no publican
sus amistad; quizás no sepan entonces
lo que los significa, quizá ahora
todavía son puros. No distinguen
lo que ya los separa para siempre del resto.

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