Fragmento extraído del Satiricón
de Petronio
El chico se sentó en la cama llorando y se enjugó las lágrimas con el dedo gordo. Al verle de aquella manera le pregunté angustiado, qué le había pasado. Al cabo de un rato como mis ruegos se convertían en amenazas, me dijo de mala manera. “Este que tú llamas hermano, este compañero tuyo, ha venido hace un rato a la pensión y ha querido atentar contra mi castidad. Como que me he puesto a gritar, ha desenvainado el Flavio y ha dicho: Si tú eres Lucrecia yo seré Tarquino. Escuchar aquello y saltar con los puños directo a las narices de Asclito fue una cosa. ¿Qué me tiene que decir, de eso, puta lujuriosa, es que no te queda un poco de vergüenza? Asclito hizo ver que estaba muy afectado, pero enseguida reaccionó alzando los puños en gesto de amenaza y gritando más que yo. Calla gladiador indecente ni en la arena te quieren. Calla trinchador, en tu vida te has revolcado con una mujer, ni cuando todavía se te levantaba ¿Que no estuve contigo en el bosque para hacer eso mismo que quieres hacer con este chico?
Era demasiado la pasión erótica la que me movía a acelerar la separación, porque ya hacía tiempo que tenía ganas de quitarme de encima aquel pelma tan molesto y de retomar mis antiguas relaciones con Gitón. Di una ojeada general a la ciudad volví a mi cuartito, donde finalmente Gitón y yo pudimos besarnos con toda tranquilidad. Lo apreté entre mis brazos y satisfaje mis deseos hasta los límites que provocarían la envidia de los amantes más felices. Sin embargo, cuando no habíamos acabado nuestros juegos, Ascilto, acercándose sigilosamente a la puerta giró el paño y nos pilló en plena faena. La habitación se llenó con sus risas y aplausos después arrancó las sábanas que nos cubrían al chaval y a mí y me dijo: ¿Qué hacías castísimo amigo? ¿Y ahora? ¿dos encima del mismo colchón?
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