Hay algo en el amor que pertenece
a este mundo. En los múltiples
instantes en que todo
tiene sentido desde que llegaste,
en toda la materia de pronto convertida
en regalo, pradera que pisamos,
terraza que se asoma o muralla que guarda,
también en la dulzura de los días,
en la rutina humilde de tenerte
a mi lado,
lo noto.
Pero algo en el amor no es de este mundo.
Algo que no es abstracto.
Lo pruebo, por ejemplo, en la temperatura
de tu piel, cada vez que nos quedamos
dormidos juntos, y cada mañana
en que no espero más que tu primer
beso, cuando recobras
a ciegas tu lugar entre mis brazos.
Entonces se anticipa lo que un día tendremos
definitivamente.
Para poder nombrarlo
se me hace necesaria la noción de solsticio.
No lo razono más. Es una especie
de primicia.
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