De la mesa lateral, tomó una revista que exhibía en la portada un hombre con el otros desnudo; la hojeó, recorrió con el bolígrafo la lista de las fotografías y descripciones, hasta aterrizar en una de sus agrado. Agarró el teléfono y marcó. Para sorpresa suya, respondió una voz humana. Buenas noches, me llamo Matt. Hola Matt Te acabo de ver en los anuncios del Advocate y me preguntaba si estarías libre para una cita. ¿Cuándo? Esta noche si es posible. Dame tu número y te llamo. Joseph le dio el número, colgó. En el acto, sonó el teléfono. Lo siento, pero tengo que verificar las llamadas. Es una cuestión de seguridad. Lo comprendo. Bueno, mi tarifa son doscientos por una hora, tres cientos por dos horas, quinientos por una noche. Una hora está bien. Estoy en el centro. ¿Dónde estás tú? En el Upper West Side. Joseph le dio la dirección. Puedo estar ahí en unos veinte minutos. Ah, tendrías que hacerte cargo también del taxi. Claro. En realidad no me llamo Matt. Me llamo Kenneth. Bien, pues hasta ahora. Colgaron. A continuación Joseph quitó el adagietto. En el armario del pasillo tenía un surtido de toallas baratas, que extendió sobre la cama. Se duchó y se secó delante del espejo. ¿Y qué vio? Un hombre que, a los sesenta y un años podía ser un anuncio de la fuerza de la gravedad, la fuerza que lo empuja todo hacia abajo hacia abajo. “Cara o figura, recordó que decía su madre. Toda mujer tiene que hacer esa elección” La cara lo había elegido a él. Vestido era un hombre atractivo. Se puso el albornoz, se preparó otra bebida y luego hizo los preparativos finales para la cita, que consistieron en colocar las tarjetas de crédito y el pasaporte en la caja fuerte, junto con todos los pequeños y tentadores objetos que encontró a la vista. Tras pensárselo, se quitó el reloj y lo metió también en la caja fuerte. Por último, se instaló en la sala y encendió el televisor. Al cabo de un rato sonó el timbre. Sobre el ascensor una luz escalaba los números hasta que las puertas se abrieron y apareció un joven alto de cara ligeramente curtida vestido con pantalones de chándal y chaqueta de cuero…
23.4.09
CONCERTANDO UNA CITA
De la mesa lateral, tomó una revista que exhibía en la portada un hombre con el otros desnudo; la hojeó, recorrió con el bolígrafo la lista de las fotografías y descripciones, hasta aterrizar en una de sus agrado. Agarró el teléfono y marcó. Para sorpresa suya, respondió una voz humana. Buenas noches, me llamo Matt. Hola Matt Te acabo de ver en los anuncios del Advocate y me preguntaba si estarías libre para una cita. ¿Cuándo? Esta noche si es posible. Dame tu número y te llamo. Joseph le dio el número, colgó. En el acto, sonó el teléfono. Lo siento, pero tengo que verificar las llamadas. Es una cuestión de seguridad. Lo comprendo. Bueno, mi tarifa son doscientos por una hora, tres cientos por dos horas, quinientos por una noche. Una hora está bien. Estoy en el centro. ¿Dónde estás tú? En el Upper West Side. Joseph le dio la dirección. Puedo estar ahí en unos veinte minutos. Ah, tendrías que hacerte cargo también del taxi. Claro. En realidad no me llamo Matt. Me llamo Kenneth. Bien, pues hasta ahora. Colgaron. A continuación Joseph quitó el adagietto. En el armario del pasillo tenía un surtido de toallas baratas, que extendió sobre la cama. Se duchó y se secó delante del espejo. ¿Y qué vio? Un hombre que, a los sesenta y un años podía ser un anuncio de la fuerza de la gravedad, la fuerza que lo empuja todo hacia abajo hacia abajo. “Cara o figura, recordó que decía su madre. Toda mujer tiene que hacer esa elección” La cara lo había elegido a él. Vestido era un hombre atractivo. Se puso el albornoz, se preparó otra bebida y luego hizo los preparativos finales para la cita, que consistieron en colocar las tarjetas de crédito y el pasaporte en la caja fuerte, junto con todos los pequeños y tentadores objetos que encontró a la vista. Tras pensárselo, se quitó el reloj y lo metió también en la caja fuerte. Por último, se instaló en la sala y encendió el televisor. Al cabo de un rato sonó el timbre. Sobre el ascensor una luz escalaba los números hasta que las puertas se abrieron y apareció un joven alto de cara ligeramente curtida vestido con pantalones de chándal y chaqueta de cuero…
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