Es que me jodía pensar todas las mañanas frente al espejo que podía tener un cuerpazo bien musculoso como el cuerpecito agarrable de mi amigo Nicolás, el actor famoso. Pero no. Yo estoy jodido, ya me quedé flaco de por vida. Maldición, eso me pasa por no ir al gimnasio cuando era chiquillo, eso me pasa por vago. Yo no sé por qué no hice cien mil pesas y abdominales cuando tenía catorce, quince años, que es la edad en que uno ensancha su musculatura y saca cuerpo y se pone durito y tira su caja, como el guapo de Nico, tan musculito (por no hablar de su culito) Ahora que me acuerdo yo vivía jodido y peleado con el mundo y con ganas de largarme de casa de mis padres, que me hacían la vida imposible. Yo creo que ellos sospechaban que les había salido un hijo gay y a la mala querían deshuesarme y hacerme bien machito. Pero era peor, pues, porque más brutos se ponían ellos, más rebelde me ponía yo. Y así se me escaparon esos años mozos, que pudieron haber sido tan leves y dulzones. Y no fui al gimnasio y me quedé flaco, flacucho y pelucón. Y bien potón, eso sí. Porque modestia parte, tengo un potito paradito que ya quisiera cualquier gay para el diario trajín.
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