25.6.08

EN EL ALMACÉN DE HARINA


Fragmento extraçído de la novela

Ernesto de Umberto Saba

- Y tú ¿qué cosas querríais hacer? - ¿Que es que ya no recordáis lo que hablamos ayer? ¿Que casi ayer me prometisteis? ¿Que no sabéis qué es lo que más me gustaría hacer? - Dame por culo- dijo con tranquila inocencia, Ernesto. El hombre permaneció un poco desconcertado delante de la crudeza de la expresión, que, además, le sorprendió en boca de un chico como Ernesto. Desconcertado y, también temeroso. Pensó que el chaval, arrepentido de haberlos condescendido a medias, ahora se lo rifaba. O peor aún, que había hablado ya con otras personas o- la más terrible de las posibilidades- que lo había confesado a su madre. No se trataba, en cambio, de nada de eso. Así sin perífrasis ni juegos inútiles de palabras, se trataba de cosa consideradas bajas o vulgares (quizás prohibidas) ya de otras que uno consideraba “sublimes”, y situando todas ellas – como hace la naturaleza- al mismo nivel. Está claro que, sin embargo, entonces no pensaba en ello. La frase (que casi sonrojó el jornalero) le salió de la boca porque la situación lo requería. Quería contentar, complacer su amigo y probar a la vez una sensación nueva, deseada precisamente a causa de su novedad y rareza. Al mismo tiempo, sin embargo, temía que lo hiciera daño. En aquel momento, no le preocupó nada más.

- ¿Es tan bueno? – preguntó - Es la mejor cosa del mundo. - Será bueno para ti, quizás, pero para mí.. - Para ti también… ¿que no lo habéis hecho nunca con un hombre? - ¿Yo?.. No ¿Y tú con otros chicos? - Tantos. Pero nunca con uno tan guapo como tú- e intentó hacerle una caricia, a Ernesto, que el chico esquivó, girando a penas la cara.- Y ¿qué decían ellos? - Nada, no decían nada. Estaban contentos. Alguno de ellos me lo pedía. La mirada de Ernesto fue a caer sobre una parte del hombre visiblemente excitada. - Enseñádmela- dijo - Con mucho gusto- dijo el hombre y se disponía a contentar al chaval, cuando éste lo sujetó. - Os la saco yo- dijo ¿Puedo?- ¡Oh! Y tanto que podéis.

Ernesto quiso hacerlo según su capricho. Pero la encontró tan enroscada con la camisa de colores que el hombre lo tuvo que ayudar. -¡Qué gorda! dijo, espantado y divertido al mismo tiempo. -Es el doble que la mía- - Porque sois jovencito. Cuando tengáis mi edad, entonces… El muchacho alargó la mano, pero el hombre se la sujetó. - No, con la mano no- dijo, -porque me haréis que me corra- - Pero, ¿no es eso lo que queréis? - Sí, pero no en la mano. - ¡Ah! hizo Ernesto. Y retiró la mano como si fuera una cosa prohibida. El hombre cuanto más iba más se acercaba.- Tengo miedo dijo Ernesto-¿Y ahora? Pero ¿no sabéis que os quiero? - Y tanto que lo sé, si no… Pero igualmente tengo miedo de que me hagáis daño. - Yo¿mal a ti? de sobre sé cómo se ha de tratara un chico que lo hace por primera vez, y a ti más que ningún otro. - Me la meteréis toda, ¿no? le preguntó Ernesto - ¡Mira que sois tonto! Un poco, una poco sólo la punta. - Sí, sí, ara decís eso… pero después, cuando os encontréis a gusto… Es adorable, pensó el hombre. Y se volvió prometiéndole de no hacerle ningún daño, a costa incluso de no sentir tanto placer. -Antes- dijo de haceros mal me la pelaría solo. E intentó besarlo, pero Ernesto lo esquivó, como había hacho en al primera caricia. -¡Bajároslos! venga, imploraba, que si no, pasa el tiempo y no hacemos nada. - Yo os bajo los pantalones. Dijo- Y tu a mi ¿Puedo? El hombre aceptó - Y ahora, dijo Ernesto ¿dónde queréis que nos pongamos? Aquí, indicó el hombre y señalando una pila de sacos. Eran sacos de un tamaño mediano. Los sacos de harina se amontonaban a una altura que parecía hecha a la medida, bajo un arco, en la parte interior y apartada del almacén, donde nadie- excepto el ojo de Dios- podría haberlos descubierto. Ernesto hizo lo que quería su amigo, curvó la mitad de su cuerpo, apoyándose sobre los sacos. El hombre se le abalanzó encima y le levantó lentamente la camiseta, que el chico había olvidado hacerlo, por coquetería inconsciente o más bien a causa de los nervios que lo invadían. (Era la última defensa, el último obstáculo entre él y lo irreparable) Tanto el hombre como el chico, temblaban.


El hombre acarició la parte que había desnudado lentamente, pero poco, porque temía que el chico se impacientara. Por el mismo motivo no se atrevió a decirle algunas palabras tiernas que le salían del corazón llenas de gratitud y de admiración, que Ernesto difícilmente habría apreciado, quizás ni tan solo las hubiera escuchado. Pronunció, sin embargo una frase brutal, casi una respuesta aquello que el chaval había dicho pocos minutos antes le había sonrojado. Ernesto no contestó. Lleno de curiosidad y de miedo, incluso aunque hubiera querido hablar, no lo hubiera podido haberlo hecho. Y además ¿qué debía decir? Sintió como el hombre le pedía que modificara la posición del cuerpo, y obedeció el ruego como si fuera una orden “Estoy perdido” pensó en su interior. Después de una extraña e indefinible sensación de calor (no exenta, en principio de dulzura) cuando el hombre encontró y estableció contacto. No dijo nada, ni el uno ni el otro excepto de un “angelito” que si escapó al hombre antes de llegar al “ay” de precaución que el chico emitió cuando le pareció que le hombre apretaba demasiado. Pero éste mantuvo la promesa, no le hizo (o no intento hacerle) ningún daño. Por otra parte, todo, se desarrolló más fácilmente y duró menos de lo que Ernesto había previsto.

No hay comentarios: