24.10.12

MANUAL PARA SALIR DEL ARMARIO


Fragmento extraído de la novela
Generation of  love de Matteo Bianchi


Aquella tarde no estaba programado confesar a mis padres que era homosexual. Había ido a la cocina para beber algo. El diálogo ese desarrolló en esa ambientación postmoderna. Yo frente al frigorífico abierto y mi madre con los ojos fijos en la pantalla de la televisión. ¿Vas a salir? me preguntó, pero sin esperar una respuesta. Añadió a continuación. Nunca sé de ti. No sé adonde vas, con quién vas. Nunca me dices nada de tu vida. La franqueza den las conversaciones familiares suena siempre como una nota discordante. En cualquier caso resulta estremecedora. Yo le dije. Mamá, si quieres hablamos de ello. Y al pronunciar esa frase, yo sabía a lo que mes taba refiriendo, pero ignoraba si ella lo sabía o no. Mi madre suspiró, luego casi hablando consigo misma, dijo. En realidad no sé si quiero hablar de ello. Vale, lo sabía. Cogí una silla del comedor y me senté junto a ella. Con una naturalidad que nunca habría creído posible, declaré. Hace dos años que estoy saliendo con Alessandro. Mamá dijo que sí con la cabeza, como si  con ese gesto, estuviera haciendo frente a una aprobación para la que no encontraba palabra. Después sus ojos se llenaron de lágrimas. Después se encendió la luz del recibidor u llegó mi padre. Me había figurado esta escena miles de veces y cada vez imaginaba que sería diferente.

Ya tenía en la cabeza todas las versiones posibles.. La versión pacífica “Estaba seguro de que no habría problemas”, la versión violenta “¿No sois vosotros los que me echaís de casa!” la versión patética “Y todos los niños del colegio me tomaban el pelo”, la versión indirecta “Imaginaos que un chico que conocéis tiene un grave problema y quiere hablar con alguien”, la versión pública “Agradezco al jurado del Teatro Ariston de Sanremo el haberme otorgado el triunfo de este festival y aprovecho este prestigioso espectáculo para hacer una confesión” la versión epistolar “Queridos, tengo que daros una buena noticia”, la versión casual “El caso es que tenía que deciros algo”, la versión telefónica “¡Dígame? ¿Seguís ahí todavía? ¿dígame?”. En cada una de estas posibilidades los desarrollos y  los diálogos eran completamente diferentes, como si los protagonistas no fuéramos siempre nosotros tres, sino personas distintas en cada ocasión. Sólo había un elemento que actuaba como hilo conductor de todas las fantasías sobre mi confesión: las lágrimas. En cambio ahora, que estaba sucediendo de verdad, no tenía la menor intención de llorar. Al contrario, me sentía tan lúcido, tan entero, tan fuerte. Qué sensación de alteración interior puede provocar el llevar toda la vida preparándose par aun momento de gran fragilidad y, cuando llega descubrir que nunca habíamos estado así de enteros.




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