7.6.12

PROMESA DE VIOLACION


Fragmento extraído de la novela
Los ángeles caídos de Eric Jourdan

Tenía su brazo alrededor de mi cuello. Aunque éramos casi igual de fuertes, me habían hecho beber demasiado como para defenderme. A duras penas pude resistirme: me inclinó la cabeza sobre el respaldo, me abrazó, abrió mi boca con sus labios y deslizó su mano en mi pecho. Me dijo lo guapo que era, que tenía dinero y un piso de soltero en París, y que podría ocuparse de mí. Entonces, cuando me aflojó el cinturón, le mordí en los labios. Finalmente consiguió bajarme los vaqueros; yo estaba borracho y decidí sucumbir al placer, Dejé de defenderme y, agarrándole por las orejas le ayudé con violencia a sus caricias. Me separó los muslos con las dos manos y los levantó, dándome a entender que quería poseerme. Teníamos poco espacio y los vaqueros me molestaban en los tobillos; conseguí subirlos del todo y, al estar medio de pie, empujé a Philippe debajo de mí y  me senté en su cara. Su perfil me abrió el culo. Notaba cálido su aliento y su nariz, que mi piel arremangaba, mientras sus labios se abrían para darme placer. Le agarré la nuca y aplasté aún más su boca. Su lengua me violó. Al principio fue una caricia tan insoportable que trenzó sobre mi cuerpo, hasta el pecho, una madeja de nervios, y luego, como la saliva ablanda los músculos y la lengua, convertida en sexo, forzada a ceder, me rendí a esa caricia que se insinuaba por todo mi cuerpo… Yo gemía a mi pesar. Con ambas manos, Philippe separó mismuelos a fin de ofrecerme mejor a su glotonería, mientras yo era devorado por un insidioso placer suyo movimiento me transformaba en una espiral sin fin. Esas sensaciones deberían haberme convertido en mujer, pero me sentía más viril que nunca, ya que era mi fuerza la que inspiraba aquel homenaje y le hombre que había en mí quería darse el lujo de gozar de forma pasiva. El gesto de Philippe requería otro muchacho para que aquella promesa de violación, más mental, que física, se transformara a pesar de la manera en que yo sería tratado, en una apoteosis de masculinidad. No sé cuánto tiempo hacía que había empezado todo cuando de pronto fui izado violentamente. Gotas de sudor caían de mi boca mientras Philippe me humedecía con su saliva. Toqué su cara cuando su caricia  terminó repentinamente, aunque mi cuerpo sen sentía invadido por ella; rocé sus cabellos con mis dedos y, cuando mi mano acarició su rostro, me acordé de que nos se trataba de Pierre… De repente recuperé la sobriedad.





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