18.6.12

EL BELLO DURMIENTE

Fragmento extraído de la novela

El cordero carnívoro

de Agustín Gómez Arcos


Duermes sin descanso, como si quisieras huir de su presencia. Y yo, reforzado por mi batallón de voluntarios, te aíslo en esa enorme cama, en la que ciertamente tú yo fuimos concebidos. Ya que hablamos de angustia podría decirte del turbador contenido de tus sueños cosas que hasta tú mismo ignoras. Te lo podría decir si supiera las palabras. En mis recuerdos, te veo sosegado. Tu cabeza de hombre pesa lo que una fruta madura, y todo en tu cara es preciso: las cejas, suavemente unidas sobre la nariz, que se perfila como un dibujo geométrico perfecto; el bigote negro, poblado y rudo, signo de una sangre potente, la barbilla, con la carne tan prieta que a veces hincaba en ella los dientes para endurecérmelos, como hacen los perros con un trozo de madera. Y el cuello, frontera del matorral que te empieza en las clavículas y se extiende, salvaje, acogedor, por todo el pecho, y te invade suavemente el vientre, hasta el preciso lugar en que se eleva tu virilidad, orgullosa, rodeada de una selva virgen. Y las piernas, que mantienes siempre abiertas para mostrar mejor su potencia y que me hacían prisionero, cada noche, en nuestra guerra particular. Y tus brazos que, pensaba, iban a ser siempre mi espacio vital, mi casa y mi cuarto, murallas inquebrantables de mi fortaleza. Y las manos, ojos itinerantes de tu deseo, que han recorrido mi cuerpo tantas veces de punta a cabo, siempre gozosas de realizar cada noche el mismo itinerario.

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