16.4.12

VUELTA EMPEZAR





Fragmento extraído de la novela
Pao-Pao de Vittorio Tondelli


De todas formas, qué puedo hacer si todo el día y la noche, y si duermo u si estoy despierto, si camino si paseo, si tomo el sol, mi cabeza se va siempre al cuerpo de Lele, a su forma de hablar, a aquella manera desconyuntada de moverse y caminar, a sus piernas abiertas y relucientes en el sol de un domingo de agosto en Villa Borghese, él con un reducidísimo vestido de baño ajustado debajo de la toalla, Beauje con unos short invisibles de tejano y yo ferozmente ligado a mis zapatillas, calcetines, camiseta, tejanos gruesos, sudado, nervioso ¡ Dios mío! Si hago el gesto de sacarme un solo pañuelo del bolsillo tendría una erección de aquí a Katmandú, me sentiría liberado y apretaría el cuello de Lele que me hace enloquecer y me metería entero en su gran boca, es decir, que es mejo estar aquí encerrado dentro de la armadura que correr el riesgo, mejor gozar de momento con la mirada, dejarla resbalar por el cuerpo enrojecido de Lele que se retuerce en el suelo como una serpiente, movimientos imperceptible de su piel, trémulo de músculos que como si fuesen ondas de resonancia que avanzan desde el talón hasta más arriba del glúteo.

Yo hago pareja fija con Lele y con él paseamos siempre juntos y abrazados; con frecuencia Lele me introduce el índice del pasado de mis pantalones y yo la mano en su bolsillo izquierdo y nos encontramos así cogidos caminando, tan armoniosos desde nuestros casi dos metros de altura, que me parece que dominamos toda esta Roma loca y enana que grita a nuestros pies. En cambio, paseamos olímpicamente encima de una ola de nuestras seráficas estaturas y a menudo me arriesgo incluso a descansar la cabe en la cavidad del cuello de Lele y me siento en un lecho caliente y oloroso y estoy bien, entonces estoy bien

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