17.1.12

MI PRIMER ORGASMO


Fragmento extraído de la novela
El cordero carnívoro
de Agustín Gómez Arcos


Mi hermano empezó a desnudarme, colocando con esmero mi ropa en un rincón, previamente doblada, junto con el libro de oraciones, el rosario y los zapatos. Aquello duro varios minutos, durante los cuales mi hermano no dejó de mirarme, y sus manos expertas me acariciaban cada parte del cuerpo mientras me iba desnudando. Poco a poco me percaté de que el tipo de caricias era distinto, que sus manos pretendían que yo tomara conciencia de su actividad y de las reacciones de mi propio cuerpo. Tenía delante a otra persona, a un hombre cuyo auténtico deseo, controlado desde siempre, iba por fin, a realizarse en mí. Y yo también era otro, aunque seguía siendo el mismo. Aquellas sensaciones tan conocidas que experimentaba al contacto de mi hermano, me provocaban ahora una fuerza salvaje y un intenso desfallecimiento. Antes de que desapareciera de mi garganta el cuerpo de Cristo, la lengua de mi hermano se introducía en ella ávida, e insaciable, para no dejar ni rastro. Me sentía asustado y exaltado a la vez. Me estremecía, perdido para siempre en ese nuevo encuentro. Creí que, bajo el sol tamizado y el blanco torbellino de las mariposas, mi hermano no se desnudaría nunca. El sentirme abrazado, completamente desnudo contra su ropa, me volvía loco. Él mantenía escondidos todos sus viriles secretos, y puede que por eso, deseara cada vez más mi carne. Hasta que no pudo contener por más tiempo su deseo. Se bajó a medias el pantalón y me penetró de un solo impulso. El aire lleno de mariposas se estremeció con mi grito, y una lluvia de moléculas doradas se abatió sobre nosotros. ¡Grita, grita más fuerte, no tengas miedo! Mi hermano seguía dentro de mí; sus brazos temblorosos me apretaban con todas sus fuerzas; me mordía el pelo. Fue el momento más largo y más corto de mi vida. Sentí que de verdad era el día de mi primera comunión y que así lo había decidido mi hermano Antonio, con toda tranquilidad. Ahora sabía que no me apartó de su pensamiento durante los dos días en que había desertado de mi cama. Por el contrario, su voluntad de enamorado había planificado al detalle mi retirada definitiva del mundo de los demás y mi inserción definitiva en su propio mundo. ¿Te hace daño? / Sí… No/ ¿Quieres que me salga? / No, ¡Quédate, quédate! / Bien. De nuevo el grito, mezcla de alegría y de dolor y la lluvia dorada de mariposas) Dime cariño. ¡Me quiere? / Te quiero a mi hermano le gustaron tanto las palabras “te quiero” que las repitió infinitas veces, mientras se introducía un poco más dentro de mí y se adueñaba del loco descubrimiento de mi cuerpo, mezclando en su boca los gritos con los míos. Tuve mi primer orgasmo en el lugar más hermoso del mundo, y mi hermano lo había elegido para mí. El agua del manantial me susurraba al oído y mis ojos se perdían en un caleidoscopio de mariposas. Todo ello dominado por el rostro-dios de mi hermano.


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