17.1.12

FICCION QUIZAS DE AMOR


Fragmento extraído de la novela
Una prudente distancia de Lluís Fernández


Nunca debí ir., nunca debí dejar esta carta colgada para caer en la misma trampa de todos los veranos. Las discotecas están repletas de cuerpos fantasmales que apenas rozados se desvanecen entre dos abrazos y unos pocos besos furtivos. Hasta que algo me atrapa en lo más oscuro y me imagino estrujado por una fuerza de la naturaleza, cuya belleza y juventud se desvanecerán al contacto con los hirientes focos de la discoteca. Cuando salgo a la luz, caigo en la cuenta de que no sólo le doblo la edad, lo cual si no es un delito es un error de cálculo imperdonable a mis años. ¡Es que es hermosísimo! ¿Qué habrá visto en mí? sospecho. Me persigue, me acosa, me insiste. Lo disuado. Me mira no sé si enamorado, con ojitos de tango, y me apiado. Lo invito a pasar la poca noche que queda y ya en casa me lamento de mi poca cabeza. Error narcisismo. Le gustan las personas maduras. Mira con arrobo mis carnes aflojadas, la curva de la felicidad, esa apariencia sosegada y digna que te dan las canas, esas malditas canas. Y creo que me enamoro al perderme en sus abrazos ansiosos, en sus besos alocados y en ese cuerpo elástico que sabe entregarse al mío, ya cansado y de vuelta, con la furia de un animal salvaje. Y me dejo arrastrar en la entrega, enredado en el vello de su terso pubis, irremediablemente perdido en su gruesa y escueta polla, que de tanto lamer antes que adelgazar se engorda entre mis labios hasta henchirme todo. ¡Dios mío- pienso mientras que me vuelco loco lamiendo y engullendo hasta el sofoco- es una polla, todo lo perfecta que solemos, la que crea esta maravillosa ficción! Y cuando al fin nos corremos, todo yo se funde como mercurio derretido en él y no desearía despegarme de su piel sudad; hasta que un sol demasiado violento arroja sobre la cama las primeras luces de la desgana. Y sigue allí. Y no hay nadie, excepto yo luchando por salvaguardar los últimos vestigios de un amor tan breve como gozoso, exhausto, desprevenido de la ingratitud que se cierne sobre él. Entretanto, su miembro herido también se adormece acunado entre mis manos. Nada queda de su prepotencia, del orgullo que lo hizo caricia en mis labios, aún ansiosos por alejarlos del olvido. Retengo esos postreros instantes en mi memoria, en ese almacén oscuro donde se esconden los remordimientos junto a otros deshechos, que a veces afloran para advertirme que también fueron cuerpos gloriosos. Me reprocharás que a mi edad no sepa que el amor es poco más que la fantasía perfecta para crear ese momento mágico e irrepetible de la ilusión soñada y nunca alcanzada.



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