
Un poema de Denis Cooper
En el instituto yo vivía arrimado a las paredes
trapicheando con drogas
en voz baja.
Mis amigos, mis víctimas,
me rodeaban alicaídos
como una especie en vías de extinción.
Él solía destacar igual que una chica
a la que empujasen dentro
de nuestros vestuarios,
siempre con un librito
apoyado en un costado
y sus gafas de montura de carey
como barcos atracando ante sus ojos.
Yo estaba por encima de él
y fuera de su alcance,
una especie de premio
para esas monadas que compartían
mi sabrosa y repleta cartera.
Sus pequeñas bocas sonrosadas
se abrían esperando recibir
mi calderilla.
En la universidad me di cuenta
de que podía leer.
Iba encontrando uno a uno
todos los libros que había devorado:
Mallarmé, Colette, Oscar Wilde.
me senté y los repasé detenidamente,
y todos mi amigos
comenzaron a parecerse a él.
Y así, después de ocho años
me lo encuentro en un bar.
Pero ahora sí que es mi tipo,
y me atrae, y más tarde,
cuando el sol se vierte
sobre su habitación, mi polla dura
atraviesa su sonrisa
como si fuese un habano.
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