
Fragmento extraído de la novela
La historia particular de un chico
de Edmund White
Cuanto más me aislaba, más incapaz me sentía de oponer resistencia a mi destino de homosexual. Culpaba a mi hermana y a mi madre: mi hermana por erosionar la confianza en mí mismo (como si la homosexualidad fuera una forma de timidez) y a mi madre por viciarme (como si la homosexualidad fuera una infancia prolongada) Al mismo tiempo, reconocía que mi madre, era mi mejor amiga, la más auténtica, la única que se inquietaba por mi salud, seguía mis exámenes trimestrales, se esperaba despierta a que yo volviera, intentaba comprender mis entusiasmos… Suponiendo que mi homosexualidad se debiera a un excesote compañía femenina en casa (esta era la teoría psicológica más en boga en aquella época) tendría que corregírsete desequilibrio introduciéndome en un mundo enteramente masculino. Para convertirme en un heterosexual, decidí que tenía que ir a un internado masculino (ya que este era el complemento maravillosamente lógico de la teoría. Y así lo hice (…) El director del centro la masculinidad era objeto de innumerables discusiones diarias e implicaba la indumentaria, hasta el fidecomiso, indulgencia con el servicio, una relación respetuosa aunque ligeramente fría con Dios, un interés fingido por los conocimientos y un interés obsesivo por los deportes, especialmente por los deportes sucios y peligrosos como el lacrosse, el hoquei o el rugby.
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