
Fragmento extraído de la novela
El edificio Yacubian de Alaa al Aswani
Había pasado años de desgracia y sufrimiento hasta que encontró un compañero tierno sensible y nada conflictivo. Y justamente ahora que comenzaba a llevar una vida estable, el niño se muere. Abdah desaparece y Hatim comienza de nuevo su incierta odisea. Tendrá que deambular por las calles del centro cada noche para pescar a un soldado de la Seguridad Nacional, que podría resultar un ladrón o un criminal y le robaría o le apalearía, como antes había pasado muchas veces. Volverá de nuevo al bar Chez Nous buscando un burgul o a los baios Jabalui a Al hussein para llevarse un joven adolescente que apague su deseo, soportando a cambio la vulgaridad y la avaricia. ¿Cómo es que ha perdido Abdah después de haberlo amado de sentirse seguro a su lado y planificar su vida juntos? Era de verdad tan difícil disfrutar de su amante un largo tiempo? Si creyera en Dios, pensaría que su desgracia era un castigo divino por su sodomía, pero conoce bien a diez invertidos que disfrutan de una vida plácida y tranquila con sus amantes. ¿Por qué precisamente él, tenía que perder a Abdah?
Sus condiciones anímicas se fueron deteriorando. Perdió el apetito, bebía en exceso y se encerraba en casa. Sólo iba al diario cuando lo reclamaban con urgencia, y tan pronto como acababa el trabajo se volvía enseguida a casa, donde le esperaba el silencio, la tristeza y los recuerdos. Abdah se sentaba aquí, aquí comía, aquí apagaba el cigarrillo., aquí… se acostaba a su lado y él, Hatim, le pasaba la mano por su cuerpo bruno, besuqueaba cada rincón de aquel cuerpo y murmuraba con voz sofocada por el deseo ardiente: “Tú eres mío y sólo mío Abdah. Eres mi precioso cabalo oscuro”
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