15.9.11

ALGO MAS QUE AMIGOS



Fragmento extraído de la novela
De incógnito de Matthew Rettenmund


Me tumbé de lado, mirándole, deseando llevar las cosas más allá de una simple amistad. Alan estaba apoyado en sus codos y la cercanía de su cuerpo era como una corriente eléctrica. Un atlas de geografía erótica. Percibía su aliento en mi frente, olía su cuerpo, el almizcle después de un vuelo de costa a costa, el sudor, el aceite, el aroma a intimidad… Debajo de los vaqueros, una protuberancia delataba que s eme estaba poniendo dura y era consciente de que si me estaba mirando la entrepierna - ¿y qué homosexual que se precie no estaría vigilando una entrepierna desprotegida situada delante de sus narices? Él también lo había notado. De repente, noté la mano de Alan avanzando por uno de mis costados, hurgando en mis vaqueros y tironeando de la camisa hacia arriba. Sentí una especie de vahído durante unos instantes, perdido en su ansia por desnudarme, por hacerme suyo. Alcé la vista y me sumergí en el azul insondable de sus ojos, examinado la prodigiosa maravilla de su rostro, incuestionable aunque estuviera al revés. Se detuvo cuando me hubo subido l camisa hasta las axilas, dejando al descubierto mi toso desnudo, el vello de mi pecho ardiente de deseo y los pezones duros como piedras. Pese a mi excitación, seguía debatiéndome contra mis complejos, pues resultaba difícil permanecer allí tendido con mis zonas conflictivas expuestas ante sus ojos. Sin embargo, Alan no era un apersona crítica como yo, no analizaba todo, sino que se limitaba a aceptarlo. “Me gusta tu pecho peludo. Es natural. El mío me parece soso, sin gracia, pero todo el mundo quiere ver un pecho así en la tele.” Nos echamos a reír y traté de convencerme de que no lo decía por ser increíblemente cortés conmigo. Tras las risas, estábamos más relajados, más preparados. Alan se demoró en mis costados, acariciando los pequeños michelines que me martirizaban. Sus manos regresaron a mi pecho y se clavaron en mis pectorales, presionándome los pezones contra las palmas. Emití un leve gemido, arqueando la espalda, deseando acomodarme por completo en la abrasadora llanura de sus palmas extendidas. Volvió a recorrerme los costados con las manos hasta llegar a mi estómago, deslizando los dedos bajo mis vaqueros para alojarlos, justo encima del vello que rodeaba mi polla erecta. Tenía la cara enterrada en mi cuello, besándome despacio por detrás de la oreja. Yo permanecía inmóvil, ahogado en deseo.



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