21.2.11

EL URINARIO BAJO EL PUENTE




Fragmento extraído del Diario 1966
de Joe Orton


Cuando me marché, cogí la línea de Picadilly hacia Holloway Road y entré en un urinario muy pequeño (sólo cuatro meaderos) Habían quitado la bombilla y estaba a oscuras. Se distinguían cuatro tipos meando. Eché una meada y cuando me acostumbré a la oscuridad vi que sólo uno merecía la pena: uno corpulento, con pinta de obrero, pelo corto y , por lo que poía distinguir, con vaqueros y chaqueta corta oscura. Entró otro individuo en el urinario y el hombre que estaba junto al obrero se retiró, pero no se marchó, sólo retrocedió y se quedó al fondo apoyado en la pared. El recién llegado echó una meada y se fue y antes de que el tipo que se apoyaba en la pared pudiera volver a su sitio, me colé yo en él saltando hábilmente y me coloqué junto al obrero. Le agarré el pijo; al instante, él empezó a darle al mío. El tipo de pelo claro y aire juvenil que se apoyaba en la pared, ocupó el sitio vacío. Me desabotoné la parte de arriba de los pantalones y me aflojé el cinturón para dejar al obrero vía libre hacia los huevos. El tipo que estaba a mi lado empezó a palparme el trasero. En ese momento, entró en el urinario un quinto individuo. Nadie se movió. Estaba oscuro. Llegaba muy poca luz de la calle, no la suficiente para ver de inmediato. El hombre que estaba a mi lado se retiró para dejar mear al quinto hombre. Pero el quinto hombre se saco rapidísimamente el pijo y el tipo que estaba a mi lado volvió a su sitio, alzándome el abrigo y pasándome la mano por la parte de atrás de los pantalones.El quinto hombre fumaba un cigarrillo y observaba la escena a la luz de la colilla. Entró en el urinario un sexto hombre. Estaba tan oscuro que nadie se molestó en moverse. Después de un intervalo (en el que el quinto hombre observaba cómo acariciaba yo al obrero, el obrero me frotaba el pijo y el individuo que estaba junto a mí me bajaba aún más los pantalones) vi que el sexto hombre se arrodillaba delante del joven de pelo claro y se la chupaba. Llegó un séptimo hombre, pero a aquellas alturas a nadie le importaba lo más mínimo. Había tanta gente allí dentro que prácticamente era imposible distinguirlo. Y, de todos modos, en cuanto se acostumbró a la oscuridad, el séptimo hombre pegó la cabeza al nivel de mi bragueta, también él quería un pijo en la boca. Por unos instantes, todo siguió igual. Luengo entró un octavo hombre, barbudo y rechoncho. Empujó bruscamente al sexto hombre, separándole del tipo de pelo claro, y acto seguido se puso a chupársela a éste. El tipo que estaba a mi lado me bajó aún más los pantalones, por debajo de las nalgas, e intentó metérmela entre las piernas. El hombre de pelo claros e largó en cuanto acabó. El barbudo se acercó y dio un codazo al séptimo hombre, apartándole de mí, me abrió la cremallera del todo y empezó a chupármela como un maníaco. El obrero excitadísimo porque yo le trabajaba con las dos manos, pegó de repente su boca a la mía. Aquel pequeño urinario bajo el puente, se había convertido en escenario de una frenética saturnalia homosexual. Allí mismo, a un paso de los ciudadanos de Holloway se dedicaban a sus propios asuntos. Me corrí, el chorro cayó en la boca del barbudo, me subí rápidamente los pantalones. Cuando estaba a puntote marcharme, oí al barbudo que susurraba tan tranquilo.¡Hago mamadas! ¿Quién quiere que se la chupe? En el momento en que yo salía, el obrero le metía el pijo en la boca para calmarle. Volví a casa en autobús.

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