19.1.11

LA SALA DEL SLING


Fragmento extraído del relato
Bendito sea el ángel azul
de Daniel M. Jaffe



En otra sala, empujo la puerta de madera del cubículo de paredes metálicas y veo a un chico muy flaco que está de rodillas y con la cara apoyada contra unos barrotes de hierro que imitan a los de una cárcel. Me llega un leve olor a poppers. El chico levanta los ojos hacia mí, abre la boca y me saca una lengua enorme. Entro corro el pestillo de la puerta de madera, me desabrocho los vaqueros y me saco la polla. Se la mete en la boca, me la chupa y lanza un gemido cuando el ángel azul me la convierte en una barra de granito. Luego me saca los huevos de la bragueta y me los lame suavemente, como a mí me gusta. El chico tiene experiencia y sabe mantener los dientes a raya. Una garganta profunda. Su lengua me lame los huevos cada vez que recorre mi polla en toda su longitud. Se agarra a los barrotes y yo hago lo mismo. Arriba y abajo, arriba y abajo. Se echa atrás para tomar aliento. Tiro de él por debajo de su mejilla y salgo del cubículo. Esto no ha hecho más que empezar. Tras observar varias mamadas más, me quedo un rato en un cubículo que tiene un swing, observando a un tío vestido con un chaleco de cuero mientras le saca el puño del culo del que está en el swing; luego le pone un poco más de manteca Crisco y le vuelve a meter el puño hasta llegar a la mitad del antebrazo. El tío que está en el swing deja escapar uno de esos profundos y patéticos aullidos que sólo lanzan los que practican el fisting. Quizás los hombres tengamos una laringe suplementaria en nuestros culos.


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