22.11.10

UN DIA EN LA PLAYA



Fragmento extraído de la novela
La estrella de la guarda de Alan Hollinghurst

Extendió sobre el suelo una toalla con los bordes deshilachados, una vieja prenda reservada aposta para la playa, con manchas de alquitrán y de bronceador. Luego caminó adelante y atrás como marcando su territorio, y volvió la cabeza hacia las dunas. Pensé por un momento que iba a bajar a la playa, haciéndose perder mi casi sobrenatural punto de observación. Pero prefirió la soledad, y entonces noté en él una humilde e inteligente dignidad, que me hizo amarle todavía aún más. Se quitó le jersey y se tumbó, alargando la mano hacia una bolsa de tela. Le si sacar el bronceador y leer la etiqueta de la botella antes de decidir si iba a ser suficiente como para no quemarse. El sol era fuerte, u se puso unas gafas con visera, cuyas patas enlazó por detrás de la nuca en una especie de banda elástica bordada. Luego rodó hasta ponerse de tripa y abrió un libro. Estaba mirando en dirección opuesta a la mía, y, apuntando el objetivo sobre sus hombros, reconocí una página del libro que debía de haber dejado un lápiz como punto de lectura, y al poco comenzó a subrayar palabras y a tomar notas en los márgenes. Estudié su espalda desnuda con más atención que ninguna otra cosa: las largas láminas de los omóplatos, la ligera concavidad adolescente entre ambos cuando se apoyaba sobre los codos, las marcas de rosados granitos reventados en los hombros, el cabello dorado echado para atrás, contenido por la banda elástica de las gafas. Cuando bajé los prismáticos para quitarme los pantalones, sentí un instante de confusión al ver que estaba a cubierto, dentro de otra casa, en vez de estar arrodillado entre sus piernas abiertas dispuesto a follármelo, o a hacerle cosquillas en los pies. Volví a mi posición y le vi mirar a su alrededor; pensé que ya habría decidido marcharse. Matt se equivocaba al decir que estaba flaco; delgado, sí, pero no mucho más que él, y su pecho era sorprendentemente ancho, con grandes pezones lechosos. Me arrodillé, acariciando el aire con la lengua y con los dientes, boqueando en besos imaginarios como un pez fuera del agua. Se estaba quitando los pantalones. No puedo contar la hora siguiente.

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