Fragmento extraído del libro
Cuentos inenarrables de Aldo Coca
En un alboroto de risas y chillidos fueron asomando por las rocas del acantilado todos los niños que Leuco había previamente ocultado y, uno tras otro, se zambulleron en el agua, levantando pequeñas columnas de espuma; luego, por unos instantes, fue como si se los hubiera tragado el mar; no quedaba rastro de ellos, hasta que, de repente y como respondiendo a un resorte que les accionaba a todos, salieron a la superficie saltando cual delfines, la piel reluciente de agua, que le ungüento concentraba en miríadas de gotitas que reflejaban el vivo sol de Capri, y los cabellos pegados a la cara, gritando por tres veces: Salve, salve, salve! tiberio, sonriente, aplaudió complacido y, sentándose en el borde de la plataforma de mármol, se dejó escurrir en el agua y se puso a nadar, mientras el muchacho desnudo tocaba la flauta.¡Cuántos pececillos! decía extasiado. ¡Oh cuántos pececillo tengo hoy!
Los niños, sabiamente adiestrados, empezaron a nadar a su alrededor, sumergiéndose y aproximándose a él. Los que ya conocían el luego, más audaces, no tardaron en avasallar al Emperador: unos le mordían los pezones, otros los flancos, alguno alargaba la manita y le agarraba los testículos, otros aun se hacían trasportar por Tiberio que seguía nadando; cuando uno la soltaba, otro más avispado tomaba en su boca la polla divina y tiraba de ella dulcemente hacia el fondo. Pronto, los demás, animados por los gritos de placer del Emperador y por sus risas, fueron acercándose para participar en el juego y poco después, aquello pareció un banco de pirañas dispuestas a comer vivo al imperial nadador: quien le daba un chupetón en la entrepierna, quien le mordía las nalgas, quien le introducía la lengua en el ano, quien adosaba la boca como si fuera una rémora al divino ombligo, y con los pies, le zarandeaba el carajo, otros le besaban el pecho y los muslos, mientras Tiberio se debatía y fingía defenderse del ataque de los niños intentando agarrarles a su vez por los cojones y, cuando lo lograba, levantaba en el aire al niño prendido por su breve escroto y lo arrojaba con una carcajada al agua.
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