29.11.10

JUEGOS PERVERSOS


Fragmento extraído de la novela
Los ángeles caídos de Eric Jourdan


Teníamos un juego de insensatas reglas cuyo único objetivo consistía en esclavizar al otro para hacer físicamente con él lo que uno quisiera. Era un juego en el que todo estaba permitido, el jardín se convertía en un territorio donde, con astucia, hacía que capturar al adversario, ya que éramos enemigos. En aquella ocasión me comporté como si se tratara de ese juego. Antes de que pudiera defenderse, le até las manos, las sujeté a un clavo oxidado en el que se colgaban las sillas viejas y de repente le golpeé- me había quitado el cinturón y me disponía a azotarle las nalgas. ¡Qué turbia envidia sentía al provocarle dolor allí donde más me excitaba! No le quité la ropa, ya que sobre ella los golpes dolían más y tenía miedo de sucumbir demasiado pronto a mis bajos instintos si se quedaba desnudo. –“Cabrón, cabrón, cabrón” repetía él en un murmullo. Su tono era el mismo que empleaba por la noche, cuando su cabeza se perdía debajo de mí, y su voz sonaba tan cálida como su piel. Le golpeé una y otra vez. Primero se oía el largo silbido d el admiración del cinturón y luego el ruidos eco del golpe que se mezclaba con el de mi respiración entrecortada. Gerard dejaba de respirar, gimiendo incluso antes de que le tocara. Sólo rechistaba después si un golpe mal calculado le alcanzaba en la piel desnuda, ya que yo terminé por arrancarle la camisa para verle la espalda y bajarle los pantalones hasta los tobillos. Le quería inmovilizado para poseerlo por completo. En el muslo, hinchado, le brillaba una vena que desaparecía cada vez que se abandonaba a su doloroso placer. Nada me resultaba más dulce que acariciarle y posar allí mis labios un breve instante. Poco a poco se sintió dominado y pude acortar el intervalo entre los golpes sin que él sufriera más allá de sus fuerzas. En realidad fui yo quien se dio primero por vencido a causa de una quemadura en la espalda y el miedo de no ser para Gerard más que un inmenso golpe con rostro humano. Finalmente le desaté las manos…

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