Fragmento extraído del libro
Los perros de Hervé Guibert
Este falo negro tiene el mérito de estar hueco y ser ancho y estanco, de poder inflarse con agua hirviendo que vuelve incandescente el caucho, al vez cubierto de talco y engrasado, con este falo negro, manteniéndome acuclillado y de espaldas a él, me fuerza el culo, que cede bajo su presión, y me lo rellena, lo zurra, lo pule, lo escalda, lo deja enganchado en mi culo, bien metido, como un corchete, una humillante mierda negra.
Estas pinzas para la ropa tienen la virtud de estar dentadas en la puntas y resultar en las tetillas como punzones, tajaderas, alfileres, prensas, pellizcos, las he elegido a propósito, especialmente pérfidas. Yo le he ofrecido las manos, del mismo modo, pero por la espalda. me ha atado las muñecas, cruzadas al tresbolillo, se ha sentado junto a mí, ha acercado mucho su rostro al mío, me ha mirado con profunda gravedad, he creído que iba a besarme, me ha escupido en los labios, una vez y después otra me ha dicho. levántate, entonces se ha puesto a ligarme el sexo, procurando oprimir la polla y los huevos en su pinto de arranque, y después a pasarme de nuevo la tela apretada en un segundo anillo por la base del sexo y por debajo de los huevos, al hacerlo subir por cada lado de las nalgas, al tiempo que lo ribeteaba, lo volvía a vendar en cada nudo, y por último a atármelo en el vientre, lo más fuerte que podía, apretándome el vientre con uno de los pies, y aplastándolo para comprimir lo más, yo arenas podía respirar.
Entonces por sorpresa ha tomados las dos pinzas de la ropa y las ha fijado en la punta de mis senos, he gritado, él ha dicho: no. así aún no hace bastante daño, y las ha retirado, me ha pellizcado las tetillas con las puntas de los dedos humedeciéndolas con saliva, haciéndolas erizarse por entre sus pelos y después me ha vuelto a colocar las pinzas, me ha dicho: aún no vamos a vendarte la boca, va a poder servir, pero tal vez podamos hacer algo con tu cuello, ha desplegado la última venda y se ha puesto a atármela muy alta en el cuello, bajo la barbilla, como para darle imposición, con la que poder dirigir mis movimiento como una correa para perro.
Me ha metido el largo falo negro hirviendo entre las nalgas, de un solo embiste, apartándolas con la mano, he sentido el caucho aceitoso que me subía intestinos arriba y los quemaba, me ha dicho: la próxima vez lo untaremos con una mermelada de hachís caliente para embriagarte el ano o con un mentol glacial, ha tirado hacia debajo de la tela que me ataba el cuello para hacerme acuclillar y se ha sentado desnudo en el sillón de cuero con las piernas separadas, imperioso, regio.
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