Fragmento extraído de la novela
El exiliado de Capri de Roger Peyrefitte
Varias veces por semana el confitero Rebattet hacía dejar en su casa cestos de bombas de crema y de bizcochos borrachos, jarras de naranjada y de guindado, baldes de café helado. El champaña acompañaba esas dulzuras, pero, preocupad por los buenos modales de sus invitados, Jacques lo medía. Después de haberlos alimentando y animado, ¿qué hacer con ellos? Les leía veros- sus versos que cantaban a los pastores, a los pajes, a los favoritos, a los ángeles de suelo, y a los príncipes de nácar. Les mostraba las fotografías sicilianas del barón de Gloeden. Les predicaba la felicidad de amar a la edad de ellos, pero les recomendaba que huyeran de las rameras que están al acecho de los colegiales. Los asustaba citándoles el dístico de Baudelaire “Aquí yace quien, por haber gustado demasiado las rameras descendió , aún muy joven al reino de los topos” La mujer les decía, es para más adelante, para el casamiento no manchen por anticipado el velo de las novias con la ignominia de la calle. Tienen una maravilla que está al alcance de ustedes. Ustedes mismo. Y les recitaba el verso de Francis de Croisset: “Sé ese niño lascivo, enloquecido de sí mismo”. era esa penúltima etapa del camino por el que los conducía. “Tienen a su alcance y a su semejanza una maravilla igualmente encantadora: sus compañeros” Hacía avanzar al más hermoso y decía a los demás_
Mírenlo, ¿no es para comérselo? ¡Y qué bonito traje el de los varones! No me extraña que Byron haya escrito en un verso “los pliegues convulsivos del pantalón de un estudiante primario” En cambio, imaginen un poco, si nunca lo han visto, la coraza con que se cubren las mujeres” Después de haber dicho esto Jacques rogó al muchacho que le había servido de ejemplo que se sacara la chaqueta y mostrara su torso desnudo…
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